10/7/10

Las banderas esperan su día de gloria. Las banderas son metáforas que se cuelgan de los barrotes de las terrazas para ver si la dicha alcanza. Es un reclamo. Ven, joder, venid, cosas buenas, llevo mucho tiempo esperando. Google dice 37º. Mi cuerpo dice que más. Es sábado. El rojo y el amarillo lo llenan todo en este silencio sahariano de mi urbanización. En la piscina los cuerpos se lanzan como piedras que negaran la gravedad. Dentro del agua se forma un baile lento de piernas que se mueven por instinto. Las banderas. El agua azul. Google dormido en algún sitio como un perro viejo. La calma que se lima las uñas esperando que pase algo, pero ¿qué tiene que pasar? Todo está bien así. Es tiempo congelado. Viene en cajitas individuales que cada uno coloca donde quiere.
Echo un huevo en un cazo con agua hirviendo. Como la cáscara tenía una grieta salen hilillos blancos de la clara. Nadie vende entradas para ver estas cosas, pero están ahí. Por un momento permanezco turbado viendo los movimientos blancos, es un ballet que sólo dura unos segundos. Comeré ensalada con atún y huevo duro. Llevo ya una hora imaginándome en la cocina, de pie, cortando tomate, intentando que los trozos sean regulares. Quiero hacerlo bien. No tengo prisa. Me imagino con la aceitera en la mano. Me imagino en Sicilia. me imagino dentro de otra vida cuando hago eso.
Después de comer iré a la estación del Ave a recoger a mi mujer y a mis hijas. También imagino ese momento. ¿A quién besaré primero? Después, en el taxi, Alba mirará edificios buscando banderas. Le he dicho que Madrid está lleno de ellas. Se lo dije por teléfono, una noche. Adivino su cara de cuando hablaba conmigo. Quizá giró noventa grados y se mordió el labio inferior demostrándose a sí misma un ansia alegre de verlo con sus ojos.
Al huevo le ha salido barba blanca. Se mueve dentro del cazo como un Papá Noel borracho. Me encanta la realidad. Sobre todo cuando me deja que la cuente yo.

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