16/6/10

Escribir es olvidarse de que sabes escribir. Cada día me aburre más comprobar que mi estilo se endurece sin yo quererlo. Aprovecha mis ausencias para desplegar sus posiciones y hacerse fuerte en mi cabeza. Qué ridículo. Debería decirle que no es nada, que no es nadie, sólo una forma de contar, una manera de hablar en silencio, una manía que a fuerza de perseverar va adueñándose del castillo. De ahí que la escritura necesite un lado cainita al que no le tiemble el pulso. Puede que el camino consista en eso, desmentirse a diario, apuñalarse delicadamente pero sin compasión, desautorizarse y permitir que las dudas se sienten a la mesa ovalada y pongan los pies encima. No pasa nada si con la punta de una llave rayan la madera; hay que tomarlo como una señal, me quieren decir algo. Debo acercarme mucho y escuchar.
Lo que hoy busco al leer no son plumas de pavo haciendo un abanico. Cuando tenía veinte años me dejaba llevar por el estilo de un escritor y casi todo lo demás se perdía por el camino, hasta yo me acababa perdiendo con la morfina sonora de sus palabras que pretendían crear la ilusión de que una obra literaria es un mundo hermético y perfecto. Hoy me veo más cercano a la búsqueda de la imperfección. Quizá esa utopía encierre otro estilo igual de insoportable que los otros pero he tenido la premonición de que sólo en esa atmósfera mis pulmones podrían volver a hincharse. Lo hago por ellos y por el resto de mis facultades. Luego está este blog, construido con la misma estructura que una pista americana de entrenamiento, esas que utilizaban los Marines en su campamento de la Isla de Paris. Hay barro y caídas espectaculares, contusiones, fracturas, músculos que aúllan y conmueven a los extraños que, sentados en las gradas, festejan mi humanidad.
Olvidar. Destruir. Empezar. Ese debería ser el lema que figurara en la valla de entrada de este blog. Pero por mucho que lo tatúo en las zonas más visibles de mi piel, no lo consigo. Siempre hay un hilo fluorescente que baila en lo alto de la noche y me dice: tira de mí, agárrate a lo que conoces, te llevaré de vuelta. El hilo no sabe que este empeño infantil de escribir se parece más a luchar contra un monstruo imaginario que a lucimientos de salón con el codo apoyado en un clavicordio dorado. Por eso la necesidad de quitarse la ropa en medio de la fiesta y tirarse desnudo a la piscina es tan grande y no hay ningún manual de sintaxis ni de buenas maneras que te lo impida.
Escribo para poder olvidarme. Sé que llevará un tiempo. Sé que el pegamento seco es difícil de arrancar, pero tengo tiempo. Fregaré las huellas que me han llevado hasta aquí. Lo haré silbando mientras las palabras no deseadas arden en un cubo.

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