17/4/10

Decidido: voy a comprarme un ukelele. A la tristeza hay que plantarle cara para que no te coma. Me compraré un ukelele soprano que he visto en internet. No es muy caro y te lo mandan a casa en dos días. Tener una pequeña guitarra hawaiana de cuatro cuerdas puede ser la solución. Quitaré de mi vida las notas graves, ¿para qué sirven? Siempre que escucho a Bach me estremezco; es como si me recordaran los altavoces del salón que mi vida es insignificante y momentánea. En vez de estar muerto parece que el compositor viviera dentro de una de esas cajas de madera oscura, de la que sale la música, con el único objetivo de amargarme. Un Bach en miniatura me recuerda la futilidad de todo. Lo que no puede imaginar es que voy a comprarme un ukelele, que un día alguien llamara a la puerta de mi casa con una caja para mí, un paquete que me manda mi ángel bueno desde Hawai. He visto muchos vídeos de personas tocando su ukelele y todos tienen algo en común: ninguna de ellas está triste. El movimiento de la mano derecha para el rasgueo parece una broma, un plumero más que una mano. La forma de apoyar el instrumento en el muslo derecho (si tocas sentado) o ridículamente pegado al pecho son toda una amenaza a la trascendencia. Bien. Muy bien. Es lo que busco. Cuando me muera quiero que me entierren con mi instrumento y que en algún sitio ponga: Luis Acebes, ukelelista español que desde el mes de abril de 2010 nunca más sintió tristeza.
Quiero pensar que la vida es una broma mal pensada, sin gracia, tramada por una cabra que lleva en la cabeza una gorra de jefe de estación. Por muchos libros que leo no soy capaz de pensar otra cosa. Que me disculpe Henry James y Sthendal y Gogol y cualquier novelista de éxito que aspire a más altas interpretaciones. La cabra ferroviaria es la ideóloga del plan. Por eso quiero sentarme en un banco de su estación cuando tenga mi ukelele y pasarme el día tocando y viendo pasar trenes mientras ella toca el silbato. Tocaré Fields of gold, tocaré Love me tender, tocaré Sweet child of mine como si en ello me fuera la vida. Que las moscas bailen a mi alrededor y que venga el verano a sentarse a mi lado; juntos le daremos una lección a la cabra boba.
Sólo me falta decidir el acabado. Hay uno que es de madera oscura mate, parece muy rudimentario, lo cierto es que sólo con verlo me da risa; qué maravilloso horizonte se abre ante mí. A Bach se le van a bajar las medias de golpe, ¿qué hará cuando escuche por casa la deliciosa pulsación de las cuerdas, esas que pregonan al mundo que la tristeza, por fin, ha muerto?

1 comentario :

Jarttita. dijo...

Ah, pues yo quiero otro símbolo de la felicidad con forma de ukelele. Pero, una condición pongo: guinarlda hecha con flores de papel nanai. Si hay que usar flores por lo menos que sean de verdad.