18/4/10

Otra vez vuelve a engañarme la realidad con sus ruidos. La realidad a veces se comporta como un familiar molesto al que tenemos que soportar sus gargarismos, cuando lo cierto es que nadie debería venir al mundo a escuchar esas cosas. Los escritores realistas demuestran una fobia natural por estos asuntos. Cuando el realismo se pone sus zapatillas de casa se convierte en costumbrismo. Le pasa a Galdós, por ejemplo. Nunca he podido leer más de dos páginas suyas. No me interesa la genealogía en su sentido oficial. Para eso prefiero ver una película en la que, al menos, no tenga que desgastarme la vista leyendo. Prefiero los apuntadores de la realidad, los sencillos fedatarios que se sientan en un portal y nos ayudan a descifrar el sentido del tiempo. Perec es uno de sus mayores exponentes, él y sus minuciosas instrucciones para la vida, qué maravilla. Auster me resultaba agradable en el pasado. A los veinte años me acompañó mucho, después empecé a notar que se quería hacer más grande, que ya no le valía el simple hecho de estar allí y contar, ¿quería gloria? ¿quería demostrarme que era mejor que yo? Me quedo con Perec, él nunca me insinuó nada de eso. A García Márquez hay que leerle cuando eres muy joven y necesitas pintar tu casa interior con esos colores tan llamativos que hay en todas las selvas, incluidas las imaginarias. Cuando te haces mayor Márquez te puede llegar a inmovilizar con su magia y puede acabar haciendo de abuelo que ha estado en muchas guerras inventadas y te las cuenta frente al fuego, pero te exige silencio y atención. Él cuenta y tu escuchas: mal plan. Afortunadamente llegaron otros después. Escritores que siguieron avanzando a través de la realidad para llegar más lejos. Barnes, Amis, Bernhard, Ford, Cooetze, Pamuk. Del cono sur me quedo con Cortázar, y para quedarse con él tienes que quedarte primero con Borges, que es la piedra sobre la que se construyó todo allí abajo.
Y todo esto venía a que la realidad ha vuelto a engañarme. Esto no es una clase de literatura, que nadie se confunda. Hablo de escritores como de amigos o gente con la que he caminado diferentes trozos de mi vida. También ellos forman parte de mi realidad y no por ser considerados (salvo fantásticas excepciones: Jorge Luis) realistas o cercanos a la órbita de la realidad. El problema es ese, que tiene tantas órbitas como escritores o miradas se pueden dirigir a ella.
¿El sonido de una brocha deslizándose por una pared es la realidad? ¿El ruido que hacen nuestras tripas es la realidad? ¿La luz que inventan nuestros ojos frente a un bosque y que al instante convertimos en un estado de ánimo o un recuerdo (sabiendo que es un proceso cerebral y aleatorio) también lo es? Sólo te pido que me sigas engañando muchos años más.

No hay comentarios :