11/2/10

Vivir es una prueba de resistencia en solitario. Se puede practicar en chandal o con ropa normal. Puedes asomarte a la boca de un túnel y decir: “ten fe”; pasados unos momentos aparecerá la luz de un tren acercándose, no falla, “ten fe, hoy es miércoles”, nos decimos, “sabía que el tren llegaría, ¿ves lo hermosa que es su luz?” Vivir se parece poco al arte. Hacer todo esto no es una expresión estética, es supervivencia. El hombre del chandal ha aprendido a esperar, a resguardarse de la lluvia, a escuchar la radio poniendo caras adecuadas, a levantar la mano cuando quiere un taxi. ¿Qué más se le debería pedir a una vida? Hay preguntas que sólo se pueden hacer delante de un espejo y sin que nadie nos oiga; ésta es una de ellas. Un hombre de mediana edad vestido con ropa deportiva no puede ir por ahí preguntándose cosas frente a su propio reflejo robado en un escaparate o en la cabina de un ascensor escuchando elegantes susurros de bosanova. Para eso se inventaron los libros. Entras en una cafetería y pides un sándwich con huevo. Abres tu libro y esperas a que el camarero fabrique tu comida en la plancha. Escuchas el crujido de la cáscara rompiéndose, la yema cayendo a su martirio, la pala que empuja y cuadra, el siseo de la clara cuajándose. La realidad ofrece tantos espectáculos gratuitos que decides cerrar el libro y concentrarte en lo que sucede a tu lado. Todo eso se llama vida y tu obligación es vivirla; por eso tu chandal, por eso tu fe. Agárrate a tu plato. Clava tus ojos en lo que has pedido. Puede que todo esto supere a Pamuk o a tu Murakami del alma. Ellos también salen en chandal a experimentar sus vidas. Pero son tan torpes como tú, por eso necesitan subir a casa y reescribir lo que ha pasado. Si vivir es resistencia, escribir es inconformismo. Me niego a que todo pase de esta forma. La realidad necesita algo de estilo. Por eso le escribimos cartas a los miércoles y les corregimos sus actos. No me gustó cómo te comportaste por la tarde. Volvamos a repetir el trozo desde las ocho hasta las nueve y media. Escribir es la manifestación más inocua de la vanidad; podríamos decir que es jugar a los pecados en miniatura; es maquetismo puro y duro, dioramas que construimos con fervor artesano para luego colocar en una estantería y cuando nos pregunten decir: “esto lo hice yo” y sentir el orgullo infantil burbujeando por dentro. Esa es la trampa. El tren se acerca. Casi puedes tocarlo. Hasta que sale a la luz un tren siempre parece más monstruoso de lo que es, una ballena con una linterna en la frente. “¿Ves, lo ves? Había que tener fe, las cosas pasan, deja que pasen, no corras a anticiparte, deja los dedos quietos, todo viene”, te sigue machacando esa voz. “Ya lo sé”, le respondes, pero déjame subir y escribirlo todo de nuevo, necesito hacerlo. Después subes a casa, te quitas el chandal y te quedas desnudo delante de tu propia verdad.

No hay comentarios :