25/1/10

Tengo la sospecha de que todos los rumanos que tocan el acordeón en Madrid son la misma persona. Llevo algún tiempo dándole vueltas a esta teoría. Cotejo horas de aparición, días de la semana, rostros y canciones. Todavía no he acudido a la Embajada de Rumanía en busca de algún agregado cultural que me aclare los hechos. De no ser así, de no tratarse de un curioso caso de polimorfismo o clonación en cadena de músicos callejeros del este de Europa, no tendría más remedio que pensar que se trata de una franquicia. Puede que exista una empresa llamada Rumusic, S.L. encargada de distribuir a los acordeonistas estratégicamente por todas las líneas de metro de madrid. En su manual corporativo figurará la ropa que deben llevar, normas en cuanto a afeitado y un listado riguroso de temas que se pueden tocar. Lo que pasa es que al final todos tocan el mismo tema, uno indescifrable que pertenece a un oscuro folclore que nadie conoce. Pero, ¿de qué viven los acordeonistas rumanos en realidad? Nadie les echa monedas, a lo sumo diez o veinte céntimos dejados caer más por compasión que a cambio de su música. Estoy convencido de que si tocaran Raindrops keep falling on my head con un rallador de queso, conseguirían más beneficios. La pasada Navidad todos tocaban Jingle Bells a cualquier hora. Un día vi a dos que la tocaban juntos a una velocidad endiablada y acompañándose de furiosos taconazos que asustaban a los niños que pasaban por delante.
Pedir limosna con una canción es una de las mejores formas de hacerlo, quizá la más digna. El músico propone un intercambio. Yo le diré algo a tu corazón y tú le dirás algo a mi estómago. Un trato justo. Pero para ello tiene que cumplirse la primera parte. Me temo que los rumanos automatizados no lo consiguen. El director de marketing de su franquicia debería decírselo: sin beneficio emocional no hay pasta.
Lo malo es que siguen y siguen. Te esperan detrás de cualquier esquina para perseguirte con su canción, empeñados en que te deje de gustar la música, en que sientas náuseas folclóricas y no vuelvas a salir de casa.
Es una pena que la desigualdad camine en la dirección contraria al arte. Si los hombres no necesitáramos ganar dinero para vivir habría menos basura en la música, la literatura, el cine y la televisión. Todos estos medios están llenos de otro tipo de rumanos clonados que fabrican productos machacones e indignos con los que pasan la gorra. ¿Qué diferencia hay? La única es la ropa que llevan y, supongo, que unos usan colonias caras y los otros no. El mundo es feo. Ya me lo decía una amiga gallega que estudió conmigo. Luis, el mundo es feo, me decía, mientras pasábamos las clases en el bar hablando de libros en vez de tomar apuntes. Hay demasiada gente empeñándose a diario en que el mundo sea un lugar feo. La mayoría lo consigue. Joder, ya lo creo que lo consigue.

No hay comentarios :