23/1/10

El microrrealismo consiste en describir obsesivamente la vibración del filamento de una bombilla de cuarenta vatios mientras se agita en la mano. El microrrealismo también consiste en describir obsesivamente la vibración de uno mismo mientras la vida le agita en la mano. El microrrealismo resulta muy aburrido para todos los que buscan la acción en una novela. ¿Para qué sirve la acción? ¿Para qué sirve un argumento si la mismísima realidad no lo tiene? Todavía no he mirado en Google si ya existe este movimiento. Supongo que sí. Pues ya no quiero ser microrrealista. Me conformo con lo que soy. Y bien, dirá mi famosa otra mitad, ¿qué eres? Respuesta: soy un animal asustado que aprendió a escribir. Los animales asustados que aprenden a escribir suelen asustarse más que los otros. Se asustan del viento. Se asustan de su propia imagen. Se asustan de los textos comerciales que aparecen en los botes de desodorante. Soy un microanimal que se cuela por las rendijas de las ventanas para hacer sus redacciones. Soy una pelusa que vivió una larga temporada debajo de una alfombra. En el capítulo uno me describo prolijamente. En el dos, muero; una muerte insignificante que no altera nada. La novela muere ahí. Dos capítulos con estructura de noria. Soy el peor microrrealista vivo. Me han hablado de otro en Escandinavia. Dicen que es mitad oso, mitad pez; y que toca la armónica con soltura. Las bombillas escandinavas son las más tristes del mundo, alumbran las zonas fantasmas, los pasadizos interminables que unen el pasado con el pasado en laberíntica disposición. Flauss Kindklaum es un nombre de reloj de cuco más que de microrrealista. Se lo hago saber en mis emails, que lanzo al norte imaginando que mi portátil es un cañón napoleónico. Flauss me observa desde su alta latitud y supongo que se ríe de que un sureño entienda algo del realismo más pequeño del mundo.
Mi universo cabe en una lenteja, y sobraría más de la mitad de la lenteja; en la zona libre que construyan un aparcamiento para discapacitados emocionales y una bolera y una tienda de recuerdos ingratos. Flauss tose y se tira un pedo. La ventosidad ha sido consecuencia de la tos. No se avergüenza. Ni se disculpa. Los nórdicos son irreverentes en sus usos sociales.
Las bombillas, Flauss, el microrrealismo y los relojes de cuco. Había una vez un hombre que abría caminos que le acababan aburriendo. Un hombre que nunca leyó biografíaas de grandes exploradores ni soñó con tener el cohete de Tintín. El mundo le castigó por ello. Le mandó misiones absurdas. Le dijo, pasa el polvo a todos los libros de la Tierra. O cosas como, vacíame el cenicero. El hombre sin épica creció descalcificado y, tras un repentino golpe de viento, murió como las moscas en septiembre. Fin.
Después de la palabra fin se hace difícil seguir, pero un buen microrrealista repta bajo la alambrada y sigue su camino. Nos esperan grandes aventuras capaces de desarrollarse en un centímetro cuadrado. Vasos de agua para recrear desastres navales. Gotas de lluvia en las que interpretar la luz que tendrá el futuro. Se avecina una época apasionante, querido Flauss.

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