12/12/09

Se acaba el año como se acaba un bote de cacao soluble, al fondo vemos restos de días terrosos, inclasificables, polvo adherido a las paredes, polvo que habría que retirar cuidadosamente con un pincel de arqueólogo para comprobar si detrás hay un yacimiento, una prueba, una muestra de lo que fuimos. Se acaba el año como se acaban todos los años, como si alguien hubiese trucado las notas finales de la sinfonía, un staccato malicioso y subversivo que nos recuerda que otra cosa termina y que no importa cómo acabe sino que acabe. Por eso ahora cuando camino por la calle siento en el aire los últimos carteles invisibles que incitan a la oferta, a la compra rápida de todas las sensaciones que no pude adquirir antes. Todo apremia y sin embargo todo parece estático, hasta la luz congelada de las farolas y ese olor a leña de chimenea que me pone fuera del tiempo y me lleva a una dimensión acogedora. Los años no se acaban el día oficial que dicen, no coincide necesariamente con el último día del último mes; se puede acabar un año un sábado por la tarde y que nadie parezca sorprenderse o enterarse o, con nervios desbocados, correr al armario a a por el traje de gala.
Creo más en los años que acaban de forma anónima, en los que de manera inesperada dejan de respirar y caen al suelo ante el temblor militar del nuevo año que avanza por la línea del horizonte. Todo lo relacionado con el tiempo merece una consideración aparte, un cuaderno nuevo en el que apuntar sus cifras y las sombras que va dejando sobre nuestra carne o sobre los muebles de nuestra casa. El tiempo es el gran invitado y todo lo que pida hay que dárselo: la mejor butaca, el mejor bocado, nuestra compañía si eso le place, las palabras con las que intentamos nombrarle de forma tan ingenua e inadecuada casi siempre. Hay que reconocer que somos torpes y decírselo a la cara; decir, tiempo, por mucho que busco y por mucho que leo no sé todavía cómo te llamas. El tiempo, después, nos pasará el dorso de su mano por la cara en un gesto de condescendencia pero es mejor que lo asumamos como cariño, ¿de qué nos serviría lo contrario?
Cuando se va acabando un año quedan pelusas por todas partes, quedan platos rotos y restos de música por los rincones. Saca tu escoba y bárrelos con calma. Todavía tienes tiempo antes de que el año intacto tome posesión de tu casa. Coloca banderas nuevas, saca brillo a la plata, dile a tu perro que no ladre al gran extraño, que quizá traiga un hueso para él y otro para ti y reglas nuevas que colocar en la puerta con una chincheta. Dile a tus vecinos que no tengan miedo si escuchan voces que salgan de tu ventana, es la fanfarria de los días jóvenes que se disponen a subir al tren que les llevará a una nueva guerra.

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