10/12/09

Persianas y cerramientos Calatrava me desea feliz navidad y me lo desea en un folio que ha metido en mi buzón. Imagino al bueno de Calatrava (padre o hijo) sentado ante un ordenador viendo la maquetación del anuncio y preguntándose qué porcentaje de espacio debería darle a la promoción del 20% menos en todas las persianas colocadas en diciembre y qué espacio darle a su deseo de que yo pase una navidad feliz. Qué decisiones tan trascendentes. Qué pruebas hemos de pasar para convertirnos en lo que ansiamos ser. Si la oferta ocupa demasiado espacio quizá descubra que Calatrava maneja oscuras intenciones y jamás le encargaría que automatice la persiana de mi dormitorio. Si por el contrario las flores de acebo y las bolas de adorno superan al contenido comercial pensaré que Calatrava es un imbécil que se disfraza de reno en su tienda y reparte polvorones a los niños.
Calatrava (padre o hijo) tuvieron un dilema. Los dos guardaron silencio frente a la pantalla encendida, sus ojos recorrían el espacio rectangular del anuncio como el que recorre un laberinto victoriano, los dos buscaban una salida, corrían a ciegas en medio de un viento sordo que trepanaba sus oídos. Papá, ¿dónde estás?, preguntaba Calatrava hijo, dime qué debo hacer; pero no encontraba respuesta, la voz del padre se perdía entre los setos, sólo le llegaba un eco debilitado que parecía decirle entre dientes que estamos solos, que siempre estamos solos en medio de nuestros desiertos. Quizá el padre posó la mano en el hombro del hijo diciéndole así que obrara en consecuencia, que la empresa también era suya y que había llegado el momento de tomar sus propias decisiones. Quizá Calatrava padre fue más expeditivo y con un gruñido a distancia zanjó el tema de las proporciones dejando claro quién manejaba el timón.
El caso es que lo maquetaron y lo imprimieron y mandaron a alguien que lo metiera en los buzones de ciertas casas. Cuando saqué el folio del cajetín de mi buzón pude conocer el resultado de la batalla. Las persianas habían vencido y el deseo de que Luis Acebes fuera feliz en navidad quedaba reducido a una esquina, postergado, enclaustrado zafiamente entre una dirección y un rudimentario mapa de ubicación.
Calatrava no es el único que rompe mi corazón estos días. Empresas mucho mayores que la suya utilizan sus mismos trucos para que simpatice por sus productos. Ellos me dan sus deseos y yo les compro. Es un chantaje. Es el chantaje más dulce y patético del año. Me recuerda a cuando era pequeño y llamaban a la puerta de casa los barrenderos para pedir el aguinaldo, yo me colocaba detrás de Amparo, la asistenta que trabajaba en casa, y escuchaba la cantinela de las felices fiestas y después llegaba mi madre y les daba algo que aquellos hombres guardaban en su mano apretada; después la puerta se cerraba y yo analizaba el deseo de aquellos extraños. Siempre el deseo de los extraños colándose en la vida como una moneda oxidada.
Calatrava (padre o hijo), no tengo nada en contra de vosotros, pero al año que viene no hace falta que dejéis nada en mi buzón. Si necesito algo ya os llamaré.

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