19/12/09

Mireia es un planeta dormido, un planeta que abre y cierra las manos lentamente mientras duerme. Yo soy el piloto de una nave que se perdió hace mucho en el espacio. En mi nave vivo como un soldado espartano, nada me saca de ese silencio que vine a buscar aquí. Atravieso constelaciones y espacios muertos en los que las grandes rocas flotantes son el único paisaje. Cuando abro los ojos Mireia duerme, si me acerco mucho a ella es como ver la luna, la redondez de su cara, sus largas pestañas que descansan plegadas a la orilla del mar de su tranquilidad. Mi nave pierde altura y entro en su atmósfera, aquí los olores son sencillos, puedo distinguir el del champú que usa y el del suavizante de su pelo, ese que tiene una etiqueta rosa con el dibujo de la Bella Durmiente. Qué fácil parece todo cuando bajo de mi nave y camino por los contornos de su cara. Me he convertido en un astronauta diminuto que camina por sus carrillos, que divisa el ángulo romo de su nariz pequeña. Llevo una bandera en la mano, la bandera de un país que no existe. En él vivimos Mireia y yo y las cosas que los dos pensamos.
Mireia hoy se ha subido a un avión y se ha ido a Barcelona. Días atrás me preguntaba que cómo se sube uno a un avión ya que están muy altos en el cielo. Me dijo si había escaleras tan altas para subir y yo le dije que sí, no me atreví a darle una explicación razonable, ya tendrá tiempo de coleccionarlas y de odiarlas. Esta noche me acercaba mucho a su cara mientras dormía para recordar su forma durante estos días que no la veré. Después fue cuando me hice pequeño y entré en la nave. Este trabajo requiere mucha entereza. Me refiero a explorar la nostalgia anticipada que se concentra en los olores de mi hija. Podría morir haciéndolo. ¿Qué pasará cuando el único tripulante de una nave muere en el espacio? ¿Qué luces se encenderán y qué sonidos de alarma impregnarán el aire en su interior? Sé que voy a echarla de menos. Hablaremos por teléfono como los niños pequeños lo hacen, sin despedirse, sin saludarse, sólo las palabras necesarias, nada de cortesías. Mireia será estos días el planeta más lejano de mi sistema. Mientras navego por el espacio veo juguetes que mi hija ha tirado por cualquier sitio, he de recogerlos, he de hacerlo silbando, ese es mi otro trabajo. Después hay que volver a ser fuerte y prepararse para abandonar el planeta. Mi nave se aleja al mismo tiempo que me despido de ella en el control de equipajes, ella pega su cara al cristal y nos damos un beso, después subirá una escalera gigante y alcanzará otra nave, la suya, una plateada que a mi mano le gustaría sostener todo el viaje hasta dejarla dulcemente sobre el asfalto del Prat y allí irme corriendo para que no me viese. Las naves son lugares extraños en los que dan ganas de llorar, independientemente de cuál sea tu planeta.

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