29/12/09

Mercedes Goñi me regaló el otro día una edición de Los campesinos de Chejov, que compró su padre allá por los años cincuenta. Es una edición en tapas rígidas de tela azul, de la editorial Bruguera. La colección se llama Cinta Azul, nombre que viene escrito en una orla que rodea la proa de un trasatlántico, uno de esos logotipos que ya no se ven y que conmueven por su inocencia. Mercedes Goñi es la madre de mi mujer, nunca la he considerado mi suegra ni me gusta ese nombre, siempre ha sido Mercedes. Mercedes quería mucho a su padre, se nota en todas sus conversaciones que tratan sobre él, en todas las que ha mantenido conmigo y en las que la sombra del recuerdo de su padre ha hecho que sus ojos se volviesen hacia ese lugar indefinido en el que habita el pasado. Ahora su padre es un escritorio castellano de madera oscura y una vitrina a juego que contiene una colección de conchas y caracolas junto con libros de medicina, mezclados con las novelas de los años ochenta que su padre leía (imagino) ya con cierta dificultad. Es eso y todos sus recuerdos y las cartas que le escribía a su madre y las fotos y los juegos de café de Rosenthal y la lámpara modernista que cuelga del techo del salón en una casa vacía. Al final de una vida queda todo eso como testimonio de que hubo algo, de que el tiempo vibró y los cristales de las copas sonaron al brindar y que la música hizo más llevaderos los meses de marzo y que hubo palabras que se dijeron y unas paredes escucharon. Primero perdió a su padre, hace ya muchos años, y hace poco perdió a su madre. Por eso ahora lo de la casa vacía y las cajas sobre el escritorio que Mercedes se resiste a ordenar y espera la llegada de alguien neutral (quizá yo, por ejemplo yo) que se interese por ese mercadillo improvisado del hace mucho, mucho tiempo. Mercedes Goñi encendió un cigarrillo mientras mirábamos aquellas cajas y de pronto salío el libro de Chejov y me dijo que me lo quedara. Quizá encendió el cigarrillo para defenderse de algo, para alejar a los demonios de la nostalgia que suelen vivir en el fondo de esas cajas. Además del libro me llevé varias carpetas que pertenecieron a su padre, médico militar durante la Guerra Civil. Espero ser capaz de encontrar la historia que hay dentro y poder contarla un día. Mientras venía de Barcelona en avión esta tarde pensaba en esa historia, buscaba ya un título para arrancar o esa primera frase que tienen escondidas todas las historias. Ojalá sea pronto. Ojalá Chejov me ayude con su luminosa lección de realismo. Ojalá esos papeles consigan darme lo que espero y que ya vi asomar hace un año cuando Mercedes me empezó a hablar de ella. Todo empieza así. Alguien cuenta y alguien escucha. Alguien dice y otro imagina y en su imaginación todo se vuelve nuevo y ya no es la historia del que cuenta sino la tuya. Las palabras cambian de bando y comienzan un viaje que muchas veces no termina nunca. Gracias por todo eso, Mercedes. Si algún día logro escribirla sabes de sobra que en la primera página, antes de que las palabras empiecen su trabajo de contar, aparecerá tu nombre.

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