30/12/09

Los aviones tienen dientes y de vez en cuando se los lavan, por eso se retrasó el embarque del vuelo JK 4333 con destino Madrid. No lo hicimos a las 15:35 como ponía la tarjeta y hubo que esperar en una franquicia de cafés exóticos a que saliera. ¿Qué otra cosa puedes hacer con dos niñas pequeñas en un aeropuerto? Y sobre todo, ¿cómo les dices que el avión que tenías que coger se retrasa por problemas técnicos? Alba, los aviones tienen dientes y ahora mismo están con un cepillo gigante lavándoselos. El avión abre la boca y enseña sus dos filas de dientes metálicos, como los nuestros pero más perfectos, siempre tienen que estar brillantes porque en pleno vuelo los aviones suelen abrir la boca si ven una bandada de pájaros migrando al sur o un atardecer que les sorprende más de la cuenta. Por muchas horas de vuelo que tengan siempre están expuestos a alguna maravilla que no figuraba en la hoja de ruta. Es así. Mientras le contaba todo esto Alba bebía un aquarius y Mireia agua y comía patatas y otras bolsas de productos que le hacen feliz mientras escucha las razones de su padre, más que razones las palabras que como en una improvisación de jazz lanzo al aire y ellas reciben y se suman a la misma escala y van improvisando. Alba dijo que si los aviones tienen dientes es que comen por la boca. ¿Qué comen los aviones, papá? dijo Mireia con la boca llena. Los aviones comen maletas y beben gasolina, eso es lo que hacen. Nuestro avión resultó tener más dientes que los demás. Dieron las cuatro y todavía estábamos en tierra. Alba seguía improvisando. Mira, Mireia, ¿ves esos dos señores que caminan hacia el avión? Van a coger un cepillo de dientes del tamaño de un árbol y le van a lavar los dientes al avión. Yo no quiero lavarme los dientes, dijo Mireia. Pues hay que lavárselos, dije yo, hasta los aviones lo hacen, cuando mastican muchas maletas siempre se les queda un calcetín enganchado, un calcetín verde. En ese momento pensé que sería bueno dedicarse a escribir cuentos así, de aviones con dientes y de niñas que comen patatas y te miran desde el borde de su inocencia. Sería bueno ganarse la vida de esa forma, ser un loco inmaculado que viaja por el mundo tocando un tambor. Había un avión que no quería lavarse los dientes. Y después hacer giras presentando el libro y hablar por la radio en programas matinales demostrando ternura y entereza para enamorar a las madres y que te compren para sus hijos. Pero me alegro de que no sea así y de que todo quede en un juego privado entre mis hijas, el tiempo y yo.

Al rato estábamos subidos al avión. Fue un vuelo contra el viento, lo dijo el comandante al principio, supongo que para lavarse las manos ante los bandazos que dimos y los vaivenes y esas sacudidas que hacen que tu mano se agarre al reposabrazos en actitud religiosa. Reconozco que no me sobresaltó, no porque sea un valiente sino porque el año que ahora termina también ha sido para mí un año contra el viento: los mismos bandazos y vaivenes. Mi mano no se posó en ningún reposabrazos esta vez y no lo hubiera hecho aunque la nave hubiese girado la cabeza y hubiese abierto la boca enseñándome sus atroces dientes en medio de un rugido entre las nubes.

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