16/11/09

Siempre es una palabra que no está permitida a los hombres. Se nos permite pronunciar nombres de ríos, religiones, tipos de tejidos y toda la lista de enfermedades que queramos, pero la palabra siempre es sagrada, vive en la reverberación del aire que provoca la piel de un tambor custodiado por ratas en los inimaginables sótanos del tiempo. Claro que, si lo piensas, sería ridículo pronunciarla, sólo se atreve el cine cuando en una sala de verano junto al mar se escucha por los altavoces una voz de mujer que dice “siempre te querré” y luego suben los violines, presuntuosos pájaros de la noche que buscan enredarte en las alturas, como si tú fueras Sisí y quisieses ponerte a bailar con tu traje trasnochado. Al oír esto las manos se juntan, los dedos se entrelazan como dos equipos que han llegado a la final y demuestran hermandad antes de la lucha; es un gesto más honorable que amoroso, aunque el sudor y las palpitaciones aumenten ante este sencillo hecho. Ocurre de idéntica manera con las canciones, always on my mind, l will always love you, always and forever y todas las que alguna vez hayas escuchado en compañía de alguien que al oír esas palabras buscaba el centro de tus ojos y después sus brazos escalaban como serpientes por tu pecho para demostrarte que la promesa era firme y que la palabra siempre os encadenaría hasta la eternidad. Pero no funciona así. El gas abandona el globo a medio camino al cielo y la ley de la gravedad hace el resto.
Siempre es una palabra que además de no estar permitida no deberíamos usar; no hay que dejarse llevar por la estética de lo prohibido, nuestras manos no deben sopesar la carne de esa manzana, y esta vez –me temo- es por nuestro bien. Los grandes dramas han venido de su uso indebido. Da igual que seas un príncipe danés que cura su insomnio en las almenas de su palacio o que seas la protagonista de una balada que un día compuso para ti un hombre que te lanzó su corazón pero a ti se te escurrió de las manos y cayó al mar. No la uses, haz otras cosas, colecciona objetos que te hagan sentir bien, sé benévolo con los sentimientos ajenos, camina mucho, pero no la pronuncies si no quieres acabar decepcionado. Los hombres no llegamos a entenderlo todo, nuestra altura no es suficiente para convertirnos en atalayas o para, con gesto satisfecho, asistir al nacimiento de todas las sombras. Somos mortales y vulnerables y enanos y tristes y cobardes hormigas que se golpean el pecho frente a la seguridad del hormiguero pero que no osarían desafiar a la tormenta en medio del bosque, eso queda para los dioses y sus fantásticas bestias que mastican los huesos de los que no lo pensaron y decidieron adentrarse en las tripas del tiempo. Humanos, eso somos, hechos de temporalidad y venas tan finas que hasta el soplido del viento las chascaría como ramas secas para después arrojarlas al suelo. ¿Qué príncipe danés conoces que pueda desmentir todo esto?

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