18/11/09

Pronto será Navidad. me lo ha dicho un camión cargado de bombillas con el que me he cruzado en Sagasta. Como el muñeco del semáforo estaba en rojo y el camión estaba aparcado en doble fila hemos estado un rato charlando. Charlar con camiones que van cargados de bombillas de navidad no resulta muy complicado, incluso puede ser refrescante y constructivo siempre que no te dejes liar por la luminosidad de sus palabras, engañosa luminosidad que puede hacer que tu ánimo se eleve fuera de la realidad y pierdas perspectiva. El camión me ha dicho que lleva en esto algunos años, que le gusta noviembre, cuando los operarios de la contrata del ayuntamiento le llenan de racimos de cuarenta vatios y él sale bufando por las calles del centro y se para cada cinco árboles o cada cinco farolas para decorar la ciudad. Si salvas tu natural reparo de ponerte a charlar con vehículos industriales te aseguro que lo pasarás bien. No soy de los que entablan conversación con desconocidos ni de los que ponen buena cara ante arranques espontáneos de cordialidad mientras esperas en la cola de una panadería y alguien comparte contigo su manual comprimido de urbanidad. Lo que decía, que al camión le gusta noviembre, le gusta cuando se hace de noche tan pronto y comienzan las pruebas de alumbrado, ver cómo de repente una calle se convierte en una fotografía antigua y esas cosas. El camión, en palabras textuales, echa de menos la nieve, supongo que llevado por la nostalgia de tantas películas de la época en las que desde el minuto uno la nieve cae a cámara lenta y no deja de hacerlo hasta que aparecen los títulos de crédito. Nos salió romántico el camión, la verdad. Yo no sabía qué decirle; cierto que compartía con él los asuntos básicos de su discurso pero reconozco que no acababa de sentirme cómodo en la conversación. La Navidad no deja de ser una estrategia comercial en la que se desatan muchos sentimientos antiguos, su maquinaria está conectada a la infancia, a las ilusiones, a la esperanza; por eso resulta tan peligrosa: si alguna de estas cosas falla se desata la tristeza. Uno espera que porque el ayuntamiento ponga lucecitas en los árboles todo vaya a funcionar, pero la mayoría de veces las luces se quedan fuera y no iluminan lo que hay dentro. estas cosas no se las puedes explicar a un camión a las nueve de la mañana, bastante tendrá él con lo suyo y con el frío que debe pasar, pero me quedaban ganas de intentarlo, de contarle que debería haber luces por dentro, camiones cargados de bombillas que pudieran circular por nuestra sangre, esa sí que sería una Navidad diferente. De momento nos quedamos con esta: la que hay. Cuando el muñeco del semáforo se puso en verde nos dimos la mano y nos dijimos adiós, nunca me había despedido de un camión pero confieso que no dista mucho de cuando me despido de una persona; se dice adiós, se sonríe y después las piernas hacen el resto alejándose a paso normal. Esta noche, cuando vuelva a casa, la calle Sagasta lucirá como un sueño. En fin, la Navidad ha llegado a la ciudad un año más.

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