1/11/09

Mireia va a cumplir tres años en diciembre. Mireia me mira desde el pasillo mientras escribo, algunas veces disfrazada de Bella Durmiente, como ahora. La miro y me gustaría recordarla así siempre, bajo la luz de los halógenos, con un globo de Halloween que sostiene en la mano; con algo en la boca, algo que mastica y dificulta que entienda lo que me dice; después se acerca y me pregunta que qué hago, qué haces papá, súbeme, y la subo y se sienta en mis piernas y dejo de escribir, porque escribir es menos importante siempre, debe serlo, es así. Cuando ya está sentada me pide ver vídeos, le gusta que abra la página de youtube y busquemos cosas para ver, le gustan los de sus dibujos, claro, pero también le gustan los de música, le gusta mucho uno de Kenny Rogers y Dolly Parton, we’got tonight, una versión en directo, en Las Vegas, al final de la canción ella empieza a dar unos grititos que le hacen mucha gracia a Mireia, justo cuando canta why don’t we stay, ey, ey, ey, ey, suena como golpes con un martillo de caramelo en el escenario, en ese momento Kenny Rogers la abraza y la gente de Las Vegas aplaude. Mi hija salta en el suelo y hace los mismos ruidos que ella, ey, ey, ey, ey; después pienso que me gustaría cambiar el título de la canción, que debería llamarse we’ve got this life, baby, o algo así, convertir el tema en un asunto más largo, no dos personas sin mucha suerte que se encuentran en un bar y empiezan a buscar excusas para acabar en la cama; algo que hable de un padre y una hija que se miran y se dicen que tienen toda esta vida, la que sea, lo que dure, para conocerse y aprender lo suficiente el uno de la otra. Eso sí, la canción acabaría con los mismos grititos, hay cosas por las que no estamos dispuestos a transigir.
Otra de las cosas por las que me gusta que Mireia se siente encima de mí cuando estoy escribiendo es que la puedo oler sin que se de cuenta. Los niños no suelen ser complacientes en las demostraciones de cariño, no piensan en ti, en lo mucho que te gustaría aspirar su olor durante media hora seguida, no tienen la paciencia de un adulto o su generosidad para corresponder. Por eso cuando se sienta en mis piernas me aprovecho de la situación y procuro robarle toda la esencia que puedo. Hacer estas cosas da vértigo porque nunca sabes cuánto tiempo durará, cuántos días o años podrás hacerlo y si un día ese olor cambiará o desaparecerá para siempre.
Ahora Mireia se ha cansado y se quiere bajar, ha visto algo que quiere, puede ser una pelota o un lazo o a su hermana que acaba de pasar por el pasillo rumbo al salón; vuelvo a quedarme solo y aprovecho para escribir todo esto y para que la nostalgia anticipada me muerda por dentro como ese perro rabioso que un día invité a entrar y ahora se ha apoderado de mi cuerpo. Nada es gratis. Nada es eterno, por eso me agarro a las palabras como un trapecista asustado que prefiere no mirar hacia abajo y descubrir que alguien retiró la red.
Escucho a Mireia a lo lejos, las paredes me traen su risa amortiguada, los pleitos que tiene con su hermana, las disputas por algo que quieren las dos. Tengo el tiempo justo para contarlo aquí y que aquí quede.

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