29/10/09

Me gusta de Henry James esa facilidad de meterte en la conciencia de alguien que toma el te; no se trata de recrearse en la descripción de la tetera o de la luz que entra por la ventana o del traje que lleva la señora Witton, se trata de meterse dentro de la cabeza de la señora Witton y analizar la consecuencia de la luz filtrada por los visillos victorianos y cómo éstos se convierten en un personaje más o en un aliado en las intrigas sociales de la dama. Henry James era americano y siempre utilizó ese escudo para defenderse del viejo mundo, un viejo mundo que a la vez le atraía y le repelía. Con James la novela victoriana se hace mayor, le salen raíces que atraviesan los océanos para convertirse en un referente moral de la época. A mí me gusta leerle, me gusta desde hace muchos años o quizá hace muchos años me gustaba más, pero el otro día leí por casualidad la primera página de Retrato de una dama y comprobé que su prosa no ha muerto. Asistí a la ceremonia mental del te y a esos estados de predisposición que con tanta excelencia sabía crear. Llegados aquí hemos de preguntarnos un día más qué es la literatura. Y la respuesta es: eso, sólo eso. Si un autor nos da eso no morirá nunca. Da igual que sea 1887 y estemos en el salón de una casa cercana a Regent’s Park o que las palabras nos hayan llevado a las calles de Santiago de Chile y corra el año 2666. Esto es lo que hace que almacenemos libros en una librería y que, de vez en cuando, los abramos y volvamos a saltar dentro. Las mejores novelas son las que no se cierran nunca, las que permanecen encendidas y nos acompañan en los extraños movimientos corporales que conlleva una vida. ¿Por qué alguien un día se sienta delante de un papel y empieza a contar una historia? ¿Por qué yo lo hago también? Creo que la razón primera está en la consecuencia de leer, es una consecuencia casi fisiológica, pero también se es escritor o no desde que se nace. La gente que escribe tiene una visión especial, una forma de entender el mundo que se va perfeccionando con el tiempo y un día sale a la luz. Los escritores son aviones en una cola de despegue, pueden estar años en esa cola hasta que reciben la orden de despegue, ¿quién se la da?, creo que una parte de ellos mismos que les observa desde una torre muy alta. Después del despegue todo es muy sencillo, el avión vuela solo, pero el despegue es el momento más delicado, todo puede reventar. Henry James manejaba aviones grandes y era capaz de despegar sin que la barra de rimmel que sujetaba la mano de la pasajera del asiento 4A cometiese imperfecciones en su rostro. Henry James, el héroe de los vuelos transoceánicos, el gran comandante decimonónico. Me hubiera gustado ser su copiloto alguna vez y cuando sobrevolásemos la negra espalda de la noche le habría preguntado, mientras comprobaba rutinariamente los indicadores luminosos de la nave, ¿un te, Mr.James?

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