23/11/09

A los ocho años me escondí en un libro para no sentir miedo, se llamaba Maravillas de la naturaleza violenta; recuerdo que me lo compró mi padre en la Feria del libro, tuve que insistir para que lo hiciera y cuando lo tuve en mis manos comprendí que ya no le tendría miedo a las tormentas. Llegué a casa y me puse a leerlo, pasaba las páginas como si aquello fuese la respuesta a todas las preguntas, a los días en que me asomaba a la calle para ver si había nubes y cómo eran estas, si planas y suaves que se extendían por el cielo sin suponer peligro o eran pesadas y de panza cobriza (las peores) que llevaban la palabra apocalipsis escrita en la cara. Cuando estallaba una tormenta mis nervios se desataban, visto ahora creo que sufría ataques de pánico, pensaba que se acababa el mundo o que las calles se iban a inundar y moriríamos todos. Tener el libro de las Maravillas de la naturaleza violenta me ayudó a entender algunas cosas, sobre todo que las manifestaciones de la naturaleza no son irracionales, lo irracional es la respuesta que le damos. Me gustaba mucho la historia de la niña de Virginia que fue alcanzada por un rayo y ese rayo le produjo un extraño tatuaje en una pierna, una mancha en forma de flor; ningún médico supo explicar el por qué de todo eso. Aquella niña tendrá ahora cerca de cincuenta años. Me gustaría coger un avión a Virginia para buscarla y decirle que a mediados de los años setenta yo leí su historia y me conmovió, ¿tendrá todavía el tatuaje en la pierna?
Superado el miedo a las tormentas vinieron otros nuevos y yo volví a esconderme en las páginas de otros libros. Los miedos se transformaron en entes más abstractos, más adultos, se mezclaron con indecisiones, fallos de estabilidad emocional, incongruencias y cobardías propias de mi naturaleza humana. Siempre encontraba el libro o la página adecuados para resguardarme del huracán. Crecer entre las páginas de un libro tiene cosas buenas y cosas malas, tampoco voy a extenderme en esto porque podría ofender tu inteligencia, por no hablar de tu sensibilidad. Mi caso no habrá sido el único. Conozco a otros que también han practicado la escalada libre a los grandes picos de la soledad, personas hurañas que huyeron del mundo con el afán infantil de encontrar la belleza. Qué cosas. Qué movimientos planeamos y cómo se desbarata luego todo respecto a los planes trazados en el campamento base.
Haciendo un rápido balance debo decir que no me arrepiento de aquel día a los ocho años cuando me resguardé de la tormenta, a mi manera me enfrenté a ella y me enseñó que el miedo es un compañero de viaje del que ningún libro nos puede separar.

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