10/11/09

La vida es ese resplandor rosáceo que ves cuando vas por la carretera y la noche avanza con sus zapatillas de ballet hacia la barra del horizonte y todo lo que ésta contiene se rebela y emite estertores que desbaratan la luz y sus planes, dejando el aire lleno de pequeñas admiraciones de humo que tardarán varios segundos en evaporarse. Tú vas en el coche y puede que no adviertas este fenómeno y viajes más preocupado por lo que hacen tus hijos detrás o en qué prepararás de comida al llegar a casa, mientras ellos entran gritando y dejan sus abrigos tirados en el recibidor y se tumban en el sofá a ver la tele. La vida es ese segundo mal contado que te ofrece colores que tardarías años en comprender, esos cielos con los que te sorprende el destino a la salida de un parking y de los que tú niegas su belleza porque tu cabeza se haya cautiva de los números que aparecían en el extracto del banco que viste por la mañana frente al buzón o en la forma en que tu orgullo te dice que tendrías que colocar la mesa de tu despacho para conseguir más respeto ante los demás. Pero esos colores están allí y te aseguro que no estarán mucho tiempo ni te esperarán ni tendrán el ánimo suficiente para sentarse a tu lado y pasarte la mano por la espalda como el amigo que lo hace mientras estás sentado en el rompeolas de un puerto después de haberle confesado el desastroso estado de tu corazón. La belleza que encierran es pasajera, aparece y cuando parpadeas ya no está, te ha dejado con el pañuelo blanco en alto, a mitad de despedida, con tu expresión de vuelve pronto, por favor y un hilo de voz que se pierde en los bordes del aire. La expresión de esa belleza volverá a manifestarse frente a ti, adquirirá otra forma, te esperará en una calle cortada al tráfico o en el sótano de unos grandes almacenes. Deberás estar atento y procurar que esa vez no te pille desprevenido o con la cabeza llena de asuntos rutinarios. Nada hay más desmoralizador que dejar pasar estas oportunidades, pasarías mucho tiempo rebuscando en los ficheros de tu alma en pos de unas migajas de perdón, tardarías siglos en volver a tener la predisposición de ánimo que requieren estas emociones, porque hablamos de belleza, del grandioso espectáculo del mundo ofrecido en preestreno para un pequeño grupo de afortunados. La vida es ese resplandor rosáceo del que hablaba Homero y que siempre asociaba a la caída del día, a la aurora tras la batalla, los puntos y aparte que pone el tiempo para darnos tregua y no enloquecer.
La aurora de rosados dedos nos toca y nos cuenta lo que podremos ser la siguiente jornada si estamos a la altura de nuestros deseos. Por eso, la próxima vez que vayas por la carretera, mírala, si hace falta detén el coche y párate a contemplar su fuerza, no pienses en lo que dirán los demás al verte, no calcules nada, sólo ponte delante y abre los ojos; todo esto es finito, los extractos del banco, las caravanas, los descuentos, las estrategias, el orgullo, la pereza, la rabia que contienes, las degustaciones de los supermercados, tu familia, las rampas de los parkings, la navidad, las arrugas, las bacterias, las piscinas climatizadas, el irpf, tus esfínteres, tus deserciones, tu almohada, las banderas, la música de los putos ascensores. Todo dejará de existir pronto, pero el resplandor que viste en la carretera aquel día seguirá ardiendo dentro de ti.

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