21/11/09

Hagamos lo que hacen los peces el día de su cumpleaños, dice Alba, y yo le pregunto que qué hacen y ella me responde que nada. Hemos salido en bicicleta a recoger hojas, tenían que ser hojas especiales, hojas que el otoño hubiera pintado de colores milagrosos, sólo valían esas para llevar al colegio el lunes. La imagino en clase, les imagino a todos en clase con las manos llenas de castañas y bellotas y hojas anaranjadas o granates o marrones y de tacto crujiente, de esas que se rompen si cierras la mano.
Me gusta hacer con Alba lo que hacen los peces el día de su cumpleaños, lo pienso mientras pedaleo detrás de ella por una calle, soy su ángel de la guarda y ella es otro ángel con un forro polar rosa y el pelo al viento; por favor, que no avance el tiempo, no quiero más, ya he visto todo lo que había que ver: he visto carreras de coches, discusiones, puestas de sol en países lejanos, he visto dolor, he visto demasiadas caras que no me han dicho nada, he visto la bilis negra de la desilusión cayendo a chorros sobre mi cabeza, ¿qué más tengo que ver? Soy un pez y es mi cumpleaños y no quiero hacer nada, que este sábado de noviembre me regale una tarta de hojas secas para soplar sus velas.
Alba ha cogido una hoja roja muy grande, la miramos como lo que es: un tesoro indescifrable que esta vez no se llevará el viento. Después hemos parado a comprar tabaco, Alba se ha quedado vigilando las bicicletas; yo he echado las monedas y he apretado una tecla, mientras lo hacía no dejaba de mirarla, quería que el paquete cayera pronto para volver a su lado: los ángeles de la guarda no fuman pero yo sí, me degradarán si se enteran, me postergarán en el escalafón, habrá una mancha en la carpeta azul que contiene mis fotos y lo que mido; pero Alba no dirá nada.
De vuelta, en las bicicletas, hemos pedaleado rumbo a casa, el cielo mostraba todas las intenciones del gris en un sólo movimiento sinfónico, sé que Dvorak estaba detrás de las nubes, tumbado, quizá dormido, pero ha tarareado algo para nosotros, se trataba de una pieza menor titulada padre e hija vuelven a casa después de recoger hojas. Yo ya no quiero que pasen más cosas, me conformo con esto. Dejamos las bicicletas en el garaje, antes hemos pasado por la piscina, tenía una lona azul por encima; cuando Alba era más pequeña le decía que las piscinas duermen todo el invierno y que por eso las tapan con mantas azules pero esta vez no me he atrevido a resultar ridículo ante ella, quizá Alba estaba deseando que lo dijera y por eso la entrada en el garaje ha sido demasiado silenciosa, como si el tiempo le hubiera estirado de repente los huesos a mi hija y a mí me los hubiera encogido; pensándolo bien, ¿no es eso lo que hace el tiempo con nosotros?

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