27/11/09

En el ojo izquierdo tengo 0,25 dioptrías y en el derecho 2,20; en ambos casos se trata de astigmatismo y recuerdo que la primera vez que me llevaron al oftalmólogo me dijeron que debía utilizar gafas para todo, pero yo sólo me las ponía para ver la pizarra en clase o para ver la tele en casa. Desde muy pequeño por la calle entornaba la vista para fijarme en el letrero de una calle o para distinguir la cara de mi madre cuando venía a buscarme. Yo no quería ir por la vida con gafas y prefería mis trucos para ir tirando. Fui creciendo y mi forma de mirar se fue adecuando a la curiosa curvatura de mis córneas. Yo creo que estas cosas acaban creando una forma especial de mirar, te abstraes del hiperrealismo, de los detalles y te quedas con la impresión. No sé si Paul Cézanne era astigmático, quizá sí, quizá se ponía delante de un paisaje o de una botella de vidrio y una manzana y veía algo muy distinto que el resto. Mi mujer dice que tengo una mirada altiva que intimida a los desconocidos; eso, unido a que por mi timidez no suelo entablar conversaciones con facilidad, hace que la gente se lleve una idea equivocada. Tampoco uno puede ir por ahí aclarando que entorna el ojo derecho y levanta un poco la cabeza para enfocar mejor. Lo malo es que muchos piensan que miro por encima del hombro o que perdono la vida. Es curioso cómo un simple defecto visual puede crearte enemistades o propagar distanciamientos. La vida es la partida de ajedrez más rara que puedes jugar y yo me siento como ese alfil que en el momento más decisivo de la batalla confundirá a su rey con su reina y será empujado a la deshonra.
Desde muy pequeño, consciente del problema, decidí mirar hacia dentro; allí no hace falta entornar la vista ni nadie te reprocha tu altivez, allí dentro puedes jugar a ser un postimpresionista despistado que corre por un campo de girasoles perseguido por su colección de fantasmas. Girar la vista hacia dentro te permite vivir sin gafas, te permite llevar el pelo más largo, dejarte barba, hablar con los peces, calibrar matemáticamente los insultos que merecen tus enemigos, darles forma en tu fragua y comprobar después su filo con un ligerísimo corte en la yema de un dedo.
Mi mujer me dice que me opere, que sólo es un momento, que no duele. A mí me da pereza que un tipo me dispare un láser en la córnea. ¿Y si el rayo afecta a mi visión interior? ¿Y si después empiezo a escribir como un escritor de ciencia ficción? ¿Y si tras la intervención no me reconozco por dentro? Creo que seguiré viviendo con mi disfunción. Si algún día te cruzas por la calle conmigo y no te reconozco o sientes que soy un imbécil presuntuoso que te mira por encima del hombro, recuerda todo lo que dije aquí.

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