26/11/09

Calzados J. Cantero, en Plaza de Olavide número doce, ofrece desde 1949 la más completa gama de zapatillas de estar en casa a los mejores precios. Eso se consigue con muy buena voluntad y moviéndose por el mostrador muy despacio, como hace la dueña, que preside la tienda frente a la caja registradora con la vista perdida en una época que no volverá.
Yo de pequeño vivía en la calle Caracas e iba a los Maristas de Chamberí. Cuando había que comprar zapatillas de gimnasia de esas con la suela tan fina con las que me sentía ridículo, casi como una gimnasta rusa de nueve años que se hubiera perdido en Madrid, entraba con mi madre en la tienda y veía lo mismo que he visto hoy después de todos estos años: la misma señora, las mismas zapatillas. Emociona pensar que algo es inamovible, debe ser vanidad, debe ser que nos enamora la permanencia, esa hermana bastarda de la eternidad que nos tira de la mano por la calle para recordarnos que podemos jugar a echar raíces en cualquier sitio. Vaya con la hermanita y sus cuentos chinos. Pero luego está Calzados J. Cantero, ahí, con su escaparate de madera repintada, con sus letreros de precio escritos a mano, con su deliciosa ausencia de comercialidad y su dueña dentro viendo pasar el tiempo, viendo crecer niños, viendo llover como hoy, una propuesta admirable en nuestro mundo community de pantalla táctil. ¿Sabrá esta señora, por ejemplo, que vodafone es como es porque sus clientes son como son? He estado a punto de decírselo, de cogerle dulcemente las manos y mirándola a la cara confesarle que me sobra una buena parte del mundo, que si pudiera la cortaría con un cuchillo y la dejaría en la consigna de un hipermercado. Vivimos rodeados de humo, cada vez hay más fabricantes de humo, humo de colores que no vale para nada, fabricantes de frases que se lleva el viento, filósofos de centro comercial (a cuyo gremio pertenezco) que envuelven (envolvemos) en papel evanescente cualquier causa de mercado. ¿Pero cuál es la causa? Tengo la sensación de ser un pervertido entrando a esa tienda con un objetivo muy claro: comprar unas zapatillas de estar en casa. No buscaba promesas ni adhesiones ni sensaciones que me reconforten con la humanidad. Buscaba una zapatillas oscuras, abiertas por detrás y que no fueran muy caras. ¿Qué día entró la retórica en casa? Cuando tengo un problema con mi teléfono móvil no sé quién me lo puede solucionar, no hay ningún mostrador de madera con alguien detrás al que mirar a la cara, a cambio nos dan voces grabadas, números que pulsar si eres de tarjeta o de contrato, canciones que escuchar mientras vas salvando obstáculos en una carrera hacia el vacío.
Por eso me gusta Calzados J. Cantero y su arsenal de zapatillas venidas de otro planeta, un mundo que se perdió para siempre junto a los señores que levantaban levemente el sombreo cuando se cruzaban con una señora por la calle. ¿Vodafone estaría dispuesto a hacer lo mismo hoy por cualquiera de sus clientas?

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