30/11/09

En el minuto dos de juego, Mireia, que viste la equipación oficial de Bella (de La Bella y la Bestia), coge dos aceitunas rellenas de la mesa y se las mete de golpe en la boca. El Camp Nou no se percibe de tal hecho ni ninguno de los veintidós jugadores muestra signos de preocupación. Mireia, en primera instancia, parece tragar las aceitunas como puede pero instantes después saca algo de su boca y lo deposita en la fuente de los nachos, es amonestada por ello pero tan dulcemente que algún sector de la afición podría tacharlo de arbitraje casero. El partido prosigue en la pantalla. La vida real prosigue a este lado, con sus platos de merienda de gran derbi que siempre incluyen algo de pulpo, aceitunas, patatas, almejas y ocho o diez salchichas de frankfurt pequeñas que Alba va mojando en una salsa de mostaza con miel. Messi no sabe nada de esto, no imagina que la realidad más allá del rectángulo verde se desarrolla bajo términos tan abstractos y a la vez tan predeterminados. El fútbol es una representación de la vida, sirve para desahogarse, para hacer un picnic, para insultar, para perdonarle a la semana sus bajezas, sus ataques por la espalda que aguantamos como podemos. Cuando la gloria entra por la puerta y manda a la realidad a la cocina a lavar platos y se sienta en tu mejor butaca y cruza las piernas despacio, todo cambia. Claro que mis hijas no saben para qué sirve que su padre observe las carreras por la hierba de unos tipos con tatuajes, pero se alegran de que ese día puedan beber todo el aquarius que quieran y que lo hagan directamente de la botella y que puedan meter muñecas en el bol de las patatas. El fútbol es un pasatiempo hermoso, una prolongación indefinida de la infancia que llega cada siete días para decirnos que mientras sigamos el balón con la vista no creceremos nunca. Mireia se aburre enseguida, comienza sus paseos alrededor de la mesa baja, cuando llega a mi lado se para y me tapa la pantalla. Iniesta estaba en plena progresión pero la jugada queda invalidada por obstrucción de niña disfrazada. Debo dar de comer a una princesa de trapo pero primero debo hacerla hablar, después mi mano acercará un cacahuete a su boca y tendré que mover su cabeza para hacer que se lo come. Cuando he terminado mi tarea, Iniesta está tendido en el suelo, tiene las manos en la cara y se puede ver el movimiento de su caja torácica, subiendo y bajando a pleno rendimiento. El fútbol también es representación escénica. Si Eurípides hubiese tenido un televisor en el que ver partidos seguro que no hubiera escrito Medea ni Electra, ¿para qué enredarse con el drama si puedes ver a un millonario lleno de tatuajes sufriendo en el suelo? Después de este pensamiento cojo un nacho y me lo llevo a la boca, era de los del fondo, de los que ya no tienen queso, Alba se ha encargado de los otros. La pelota continúa rodando pero me da la sensación de que ya es lo de menos. Alguien hizo esta fiesta para nosotros y pase lo que pase ya hemos ganado.

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