6/11/09

El café está caliente, es de cafetera de esas que ya no están de moda, además le he puesto un poco de agua y lo veo ahora aquí delante en un vaso transparente y sencillo bajo la luz de una lámpara de Ikea y me emociona ver cómo la superficie de café vibra con el golpeteo de mis dedos en el teclado mientras suena Schubert, sonata en Re Mayor D384, el andante, el floreo triste de unos pies que caminan desnudos por un bosque; ese bosque es la vida en este otoño-invierno con mis dedos fríos y el vaso que viaja de la mesa a mi boca y después vuelve a vibrar; ahora veo el reflejo de la bombilla en el café: es posible la belleza en este extraño mundo, sí, la respuesta es sí y el ganador, que soy yo, se lleva esta preciosa tarde empaquetada para regalo, ¿qué haré con ella? Se la daré a quien más la necesite, correré a la calle a por aspirantes, el requisito es que te guste Schubert y la tristeza y el café aguado y ser muy cuidadoso con los detalles. Ya lo dijo Thomas Mann en el prólogo de La montaña mágica: “…sólo es verdaderamente ameno lo que ha sido narrado con absoluta meticulosidad.” Dios mío, Thomas, eras un genio, sólo tú puedes decir algo así y luego escribir una novela de más de mil páginas. Yo quiero ser como tú pero no me hace gracia ser alemán, es que me gusta ser lo que soy, fue un accidente, nací aquí, ya sé, pero me he acostumbrado a la españolidad callada; me emociona cuando paso por Colón y veo esa bandera tan grande ondeando en el cielo, joder, las patrias son necesarias aunque sólo sean de decoración, decoración emocional o emotiva, da igual, pero no hay que creérselas demasiado porque luego se inflan y nos explotan en la cara, sólo como una emoción estética, eso es. También me hubiese gustado ser un capitán en algún ejército de Felipe II, también en Roma o en Francia o haber sido Schubert, no todo el rato, no con esas gafitas redondas que llevaba, me refiero a cuando se sentaba al piano y dejaba que su tristeza corriese descalza por un bosque en tonos menores. El café se va acabando y mi paciencia y esta tarde de viernes tan poco locuaz. Ahora debo salir a la calle con el paquete y entregárselo a su destinatario, ¿quién será?, ¿será acaso como yo? Schubert también era meticuloso y ameno, pero en estos tiempos la gente ya no quiere serlo, quiere que la diviertan en espacios cortos, los detalles se han hecho viejos, parece que a nadie le importe contarlo todo, sea poco o mucho, como le decía Kingsley Amis a su hijo, cuéntame lo que quieras, ya sea mucho o poco; ser padre no puede resumirse en frase más bella; Martin Amis tuvo suerte con su padre.
Bueno, ya son más de las seis y no queda café y la sonata se ha perdido en el bosque. Hasta mañana o hasta el día que nos volvamos a ver.

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