10/10/09

Soy un duque triste que sube las escaleras de su palacio, mi forma de hacerlo es elegante, como corresponde a mi fama y a mi época, no tengo prisa, soy consciente de todo lo que me nombra. Cuando cruzo la tercera puerta soy un niño perdido en Río de Janeiro, tengo miedo, me escondo detrás de una furgoneta que tiene los cristales rotos y una puerta quemada, me incorporo para ver si no hay nadie, en el interior hay otros tres niños asustados, uno de ellos me tira una botella, salgo corriendo; en mi carrera soy un soldado griego, llevo un escudo ovalado y no tengo miedo, el aire es azul, salado y antiguo, el cielo está tan cerca que los dioses acarician mi pelo cuando paso, llego a un acantilado, arrojo mi escudo y mi espada al suelo y me abalanzo al mar; cuando mi cuerpo toca el agua soy un hombre de mediana edad que sueña que se ahoga, un hombre asustado que manotea y busca la superficie, en el sueño los peces se dirigen a mí con cortesía y me preguntan qué pueden hacer para ayudarme, eso me gusta, eso me convierte en un niño de seis años que sopla una tarta, ese niño fui yo, ese niño está en el salón de una casa y tiene los ojos cerrados, está pensando qué quiere pedir, qué deseo le gustaría realizar; al abrir los ojos es un anciano que patina por los lineales de un hipermercado vacío, las máquinas frigoríficas hacen el mismo ruido que la muerte, soy un anciano que patina en un hipermercado sin luces y sé que el final patina conmigo y humedece mi nuca con su aliento. El anciano se cae, me caigo, siento dolor en alguna parte de mi cabeza, dolor de agujas; cuando recupero la consciencia estoy en el aeropuerto de Praga, soy un trabajador libanés haciendo una escala, quiero llegar a Londres, mi equipaje de mano lo componen una maleta pequeña con ruedas y una caja de cartón que tiene una gran mancha de aceite en uno de los laterales; la gente me mira, tengo mal aspecto con mi chandal, entro al baño para asearme, cuando me miro en el espejo veo a un hombre gordo, bien vestido, de aspecto alemán, el hombre tiene la cara enrojecida, el hombre saca un frasco de colirio y se echa dos gotas en cada ojo; apoyo las manos en la encimera del lavabo y en alemán me pregunto quién soy; el que contesta es un japonés subido a una noria en Houston, en la navidad de 1977, la noria se ha estropeado, ha hecho un ruido desagradable y se ha parado, las cabinas se bambolean en el aire, el japonés no tiene miedo y mira el horizonte de la ciudad a lo lejos y piensa en todas las vidas que me quedan por vivir.

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