8/10/09

Resulta que ha llegado el otoño, el Sr.Otoño, acompañado por su esposa que luce un original vestido hecho de gotas de agua, como podemos ver en esta foto. Ambos han hecho a primera hora de la mañana un recorrido sentimental por la ciudad en busca de sus rincones favoritos: esa farola oxidada de la calle Villanueva, el parque de Las Salesas y su fuente de cuatro caños que permanece muda desde hace varias generaciones, Cascorro, las aceras de Fuencarral que huelen a kebab rancio y, por supuesto, mi calle, que por motivos de timidez mantendré en el anonimato.
El Sr.Otoño lleva una daga romana en el cinturón, la daga muestra restos de sangre seca cuando él se pone en jarras ante una estatua y su chaqueta se abre y deja ver el forro de seda blanca y el brillo terrible de la hoja de acero tatuada de sangre; ¿a quién pertenecía esa sangre? La policía local no tiene conocimiento de los hechos, para los agentes se trata de un caballero elegante y una dama con un vestido de alta costura que pasean por la ciudad, nada sospechoso, dos turistas adinerados, quizá americanos o franceses, que viajan fuera de temporada. Pero la sangre está ahí y si el sol se zafa de su pereza toma un brillo descarado.
Yo tengo una teoría aunque nunca iré a la policía a sentarme delante de un inspector gordo y aburrido que me tome por loco. Yo sostengo que el tal Sr.Otoño mató ayer al Sr.Verano en un salón de máquinas tragaperras de la calle Bravo Murillo. Llámame loco pero apostaría mi dinero a que fue así. Todo el mundo sabe que el Sr.Verano es un enfermo de las tragaperras, le encanta llevar siempre veinte o treinta monedas de euro en el bolsillo del pantalón y hacerlas sonar mientras pide un botellín al chico de la barra. La cosa sería más o menos así: a eso de las diez de la noche saldría del salón recreativo, solo, un poco mareado de tanta cerveza, quizá saldría silbando porque había ganado, quizá saldría silbando porque lo había perdido todo; el caso es que la lluvia le pilló sin paraguas pero no le importó, levantó la cara al cielo y comprendió que su vida se acababa, que no llegaría a casa como todos los días y se tumbaría en la cama a recordar todas las épocas de su vida, que encontraría la muerte (como fue) en una calle menor, una que no tuviera el nombre de un duque o un filósofo o un padre de la patria, sería así, así estaba escrito y así sucedió. La sangre del verano se perdió en una acera, algo de ella empapó la hoja de una daga romana para siempre; estos son los hechos que he reconstruido esta mañana. Ahora compartimos un secreto, tú y yo, espero que sepas guardarlo y no corras a una comisaría con el corazón arrebatado y te sientes a una mesa para confesar el crimen; deja que la naturaleza obre, ella tiene sus leyes y sabe cómo defenderse sola. Por cierto, si te cruzas con el Sr.Otoño no le pongas mala cara, recuerda: hizo lo que tenía que hacer.

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