7/10/09

Lo del caramelo es algo relativamente nuevo, viene de hace dos semanas como mucho, antes sólo era echar las tres monedas de euro o la moneda de dos euros y la de uno por el cajetín de la ventanilla y su mano dejaba caer el paquete de tabaco que yo cogía al mismo tiempo que entonaba un "gracias" que difícilmente llegaría a sus oídos, que se quedaría pegado al grueso cristal y desde allí, como una mosca moribunda de final de verano, acabaría cayendo al suelo.
Lo de darme un caramelo, como digo, es algo que ha empezado a pasar ahora. Supongo que la empleada filipina no medirá más de un metro cincuenta, llega justo al cajetín en el que están apiladas las cajetillas de Lucky Strike, siempre me fijo cada mañana, en eso y en que las cuencas de sus ojos están más hendidas que las de la gente que habitualmente veo por la calle; sin embargo, la profundidad de sus ojos esconde un mensaje que me cuesta descifrar, no es nada siniestro ni paranormal, es una especie de gracia de la que no tenía noticias, como si la diminuta mujer filipina escondiera un tesoro merovingio en el fondo de su mirada.
A veces el caramelo es azul, otras verde, difícilmente es rojo o rosado ni amarillo limón. La primera vez que me regaló un caramelo me lo dejó caer junto al tabaco; el caramelo redondo cayó por la rampa de la ventanilla y se quedó muy quieto esperando a que mis dedos lo tomaran y lo metieran en un bolsillo o, con ansia infantil, fuera directo a mi boca. Salí del estanco con el caramelo en la mano y pensando en conceptos como bondad, alegría, conexión; pero todas estas etiquetas resultaban inexactas, había algo vano en el intento de descifrar el sentimiento que me había producido. Al día siguiente me tocó el caramelo verde, esta vez el obsequio fue acompañado por algo que podría pasar por una sonrisa, algo que seguramente nació en los volcanes dormidos de sus ojos y que fue erupcionado dulcemente por el aire hasta llegar a los míos; por el aire tomó el ropaje entendible que necesitamos las personas para saber que el otro nos está invitando a traspasar la puerta, la señal que nos dice que alguien estaría dispuesto a despertarse en plena noche y accionar el pesado torno para que el portón levadizo del castillo bajara y pudiéramos tener algo de pan y un lugar seco para dormir.
Esta mañana el caramelo ha sido azul, posiblemente tan azul como el de una de sus playas del Mar de Célebes a las que iba de niña acompañada de sus hermanos, tan azul como la distancia o quizá un poco menos azul porque ya sabemos que la distancia es el azul en estado puro, el azul más penetrante y triste de todos los colores.

No hay comentarios :