24/10/09

Hay días que huelen a 1211 y a barro en la cara. Por eso esta mañana quería comprarme una espada y una armadura y pintar mi nombre en un escudo y salir a los alrededores de mi casa a cabalgar. Hay días que huelen a catedral, a sótano con miles de escaleras que dan a un río y luego ese río acaba en otra escalera por la que bajas despacio sabiendo que te espera una prensadora gigante que aplastará tu cuerpo y lo convertirá en una oblea redonda que picotearán los pájaros. Hay días así y no hay que esconderlos con descripciones de amaneceres rosas o párrafos gratificantes para leer con una taza de café sentado en la tumbona del jardín. Se trata de decir la verdad y puede que esa verdad interese o que alguien al leerla se de cuenta de que también ha conocido días así aunque nunca los hubiera nombrado ni se hubiera atrevido a pensar que hay días que huelen a catedral y a fosos y a escaleras imposibles por las que huir de uno mismo con la esperanza de ver la luz y salir al río ese y estar a salvo. Pero no. Después del río viene otra escalera y la máquina prensadora. ¿Qué se puede hacer para parar todo esto? Sólo seguir escribiendo. Puede que las palabras borren los peldaños de las escaleras o que cierren con llave la puerta principal de esa catedral para que no podamos olerla ni nuestra cabeza se llene del recuerdo del incienso que allí se quemó o las muertes que tuvieron lugar entre sus paredes o aquel obispo que corrió en llamas hasta el altar mayor con la esperanza de que así Dios le perdonara. Si yo no estuve allí ni fui testigo de aquello, ¿por qué lo pienso, por qué lo veo cuando cierro los ojos y veo los árboles ensangrentados, los árboles con cabezas humanas como frutos? ¿Por qué voy corriendo cuesta abajo en busca de un refugio siguiendo el sonido de una campana que me llama?
Por eso quería descubrir dónde está esa catedral y esas escaleras. Por eso cabalgo ahora mismo mientras los todoterrenos se apartan de mi camino y los niños que viajan en ellos aprietan fuerte las manos para darme suerte, sus caras me dicen que están conmigo, que la gloria me espera, que siga, que descubra el misterio y lo resuelva, que entenderán que mi espada se manche de sangre. Subiré a la más alta torre de esa catedral y contemplaré esta ciudad hastiada. Cuando lo haya hecho, habré vencido. Este día y ni cabeza quedarán por siempre libres de su fantasma.

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