5/10/09

Hace varios años que uso calcetines de H&M; me refiero a esos negros que vienen con el día de la semana en la parte del elástico, cada día bordado en inglés y en un color distinto. Obviamente vienen en paquetes o packs o manojo de siete pares. Cada otoño voy a esa tienda y compro un juego nuevo, al llegar a casa rebusco en el cajón de los calcetines y miro a ver cuáles están en peor estado. Siempre guardo los calcetines en forma de bola, admiro a los que tienen la paciencia de doblarlos de tal forma que luego metes el pie y tiras de la parte de arriba para ajustarlos; los admiro y a la vez me dan miedo, les imagino como personajes psicóticos y ensimismados, con el tiempo y la determinación suficientes como para hacer cosas así.
El caso es que al principio intentaba que los calcetines casaran con el día de la semana. Tengo un amigo que también usa estos calcetines y dice que siempre los hace coincidir, conociéndole lo puedo asegurar, es de esas personas tan estrictas que no pueden permitirse fallos, de los que creen que la perfección es una meta que todos deberíamos cruzar a diario. Yo intenté seguir sus indicaciones las primeras semanas: cuando era jueves me ponía los de los jueves y además intentaba localizar entre todas las bolas negras de lana o algodón o acrílico los del día siguiente. Reconozco que me cansé enseguida. No pude seguir el ritmo. Un sábado me levanté algo cansado y me puse los del martes. Aquel día no pasó nada especial y a partir de entonces la cadena de días-clacetín se rompió para siempre. Nunca se lo he contado a mi amigo, supongo que me pondría mala cara y supongo que algo dentro de él se rompería para siempre cuando pensase en mí. Llevo mi secreto como puedo; habrá días en que los calcetines coincidan con el calendario pero ya nunca lo sabré porque he decidido vivir sin esa información. Tampoco uso reloj. Tampoco me importa mucho el mes en el que se suceden las cosas. Creo que lo de los calcetines es una consecuencia de mi descreimiento del tiempo, de mi enorme laxitud respecto a todos los temas que suponen una convención aceptada por la mayoría.
Este otoño no he ido a H&M a por calcetines. Este otoño estoy siendo fuerte. Una rebelión dentro de mí me ha obligado a no ir, a no prestarme otra vez al juego de los días. Quizá se acabó la época de llevar un testigo del tiempo en los pies, de arrastrar fechas como quien arrastra una bola de hierro atada a una cadena. Lo que tenga que venir vendrá, eso es lo que deberían poner en todos los calcetines del mundo, de esa forma habría menos malentendidos, menos promesas de simplicidad. Pensándolo bien debería demandar a la cadena inglesa por haber alterado mi sistema nervioso durante estos años, por haber puesto en peligro mi equilibrio mental, por haberme hecho dudar, por los días que salí de casa sabiendo que me equivocaba y que la cadena de equivocaciones se desataría en cascada e iría ascendiendo de los pies a mi cabeza. ¿Por qué necesitamos tantos sitios a los que agarrarnos? ¿Por qué hacemos tazas que llevan nuestro nombre o camisetas que intentan definir quiénes somos o toallas que lucen nuestras iniciales? Creo que la manía de nombrarlo todo nos aleja del vacío de la muerte, de ese agujero de soledad en el que no hay nada, ni iniciales ni días de la semana ni nadie que diga: "sí, esta persona tuvo un nombre y yo la conocí". Ahora empiezo a entenderlo. Hasta las cadenas de ropa se aprovechan de nuestra naturaleza tan humana.

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