2/9/09

Que pena que Roberto Bolaño ya no esté aquí. Le extraño, como en el bolero. Extraño no haberle conocido ni haber hablado con él en Chile, Méjico o Barcelona; tengo que conformarme con sus libros, que intento ir dosificando para que no llegue el día en que me quede definitivamente sin él. De momento me acompaña en el metro y en el tren, a veces por la calle: cuando pasa esto procuro mirar de reojo la acera para no pisar mierdas de perro o resbalar con una baldosa rota. El otro día vi una entrevista suya en youtube, en el video parecía un tipo más flaco y menudo de lo que imaginaba, parecía esconderse tras sus gafas, parecía que la muerte le había regalado esas gafas y que ella misma se había escondido bajo su camisa. Creo que Roberto era un hombre permanentemente tranquilo y asustado, no sé si me entiendes, alguien que vive en contacto con una tristeza terrorífica y que de tratarla tan de cerca todos los días la acaba encontrando acogedora; sólo así me explico que mantuviera esa mirada tan perdida durante toda la entrevista. O quizá fuese sentido del humor, un pulso continuado con su hígado defectuoso, tortuoso, un órgano que lo mandó fuera del mundo, qué cosas. Lo cierto es que me da pena que no esté aquí, me gustaría pasear con él, que hiciera conmigo los caminos que hago a diario, no haría falta decir nada, sólo asentiríamos por dentro como un viejo matrimonio que contempla un metrónomo parado encima de un piano.

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