1/9/09

Hay un polo norte y un polo sur de los sentimientos, pero lo sabes tarde cuando ya las equivocaciones han construido sus propias ciudades a tus afueras y cada día que pasa te borran, empequeñecen tus letras o te apartan del mapa para ganar protagonismo.
El polo norte magnético de los sentimientos parece el más inofensivo, hasta los osos blancos que perezosamente se desplazan por sus llanuras tienen desde lejos apariencia de peluche en vez de fieras que te arrancarían el corazón de un zarpazo. Allí no vive nadie todavía porque es el futuro, todo está intacto, todo menos una avioneta con la panza amarilla que una vez al mes mancha el cielo con un hilillo de humo que pronto se desvanece. Los osos blancos se alimentan de tus contradicciones, de las veces que caerás y rebotarás en el suelo, de tus mentiras que poco a poco formarán placas de hielo por las que resbalar. Los osos esperan, saben esperar.
El polo sur de los sentimientos está devastado, la prueba es que casi todos sus nombres evocan al pasado: princesas escandinavas de hace siglos han tomado sus picos y costas queriendo constatar su soberanía. Somos el pasado, dicen, esta tierra blanca pertenece al tiempo que quedó atrás, este es el reino de lo inamovible. No hay fotografías que lo demuestren pero en el polo sur se encuentra el mayor archivo de desengaños del mundo clasificado por orden alfabético; está cerca del mar de Weddell, custodiado por unos seres que respiran despacio.
Y entre el norte y el sur, entre el futuro y el pasado se va desarrollando todo, fluctuando, desplazándose arbitrariamente a cada minuto, formando islas de desperdicios orgánicos que brillan como gemas bajo el sol.

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