20/8/09

No hago más que hablar de mis hijas. Están en el centro de mi vida y no renegaré de haber escrito esta cursilería por nada del mundo. Están en el centro de mi vida y el que no quiera seguir leyendo que no lo haga; total, no escribo más que para mí y a veces ni eso. Cuando me siento delante de estas teclas negras repaso lo que me haría dichoso convertir en palabras, repaso mentalmente (no conozco otra forma de hacerlo) las cosas que me impresionan o preocupan o llaman. El hecho de escribir se basa en todas estas cuestiones, no hay nada sobrenatural ni místico en este proceso; te sientas, pones los dedos sobre las teclas y te dejas llevar. Pero últimamente son ellas (mis hijas) las que me llevan. Uno intenta ser un ente separado del mundo, una luz, una entelequia libre de los lazos familiares para así acercarse al centro de la diana, pero la verdad es que ni hay luz ni hay centro ni hay diana. Sólo son palabras que salen para luego entrar en la cabeza de alguien que ya verá que hace con ellas. ¿Las grandes obras de la literatura? Desconozco cómo se han hecho ni qué condicionante tendrían sus autores a la hora de escribirlas, ¿tendrían hijas o sólo vaporosas entelequias? Adoro el realismo, lo admito. Cada día que pasa me siento más esclavo de sus reglas, de sus premisas, de sus condiciones tan férreas en materia de vuelos acrobáticos. El realismo es la única escuela que comprendo, lo que veo, lo que huelo, lo que toco. Aprovecho esta ocasión para desvelar mi incapacidad para las tramas, para los argumentos. Creo que la realidad es la única trama. Me aburren hasta lo insoportable esas novelas de góticas y trabajadas estructuras en las que todo ha sido diseñado por un cirujano literario, por un diseccionador que observa el mundo desde su altillo. Me pasaría toda la vida escribiendo sobre el único tema que domino ligeramente: yo. Y yo es mi vida, mis hijas, mi mujer, mi pasado, mis tormentas, mi escaso gusto por el futuro, mis manías, mis rincones, mis conquistas, mis pecados, mis angustias, mis horas muertas, mis, mis, mis, mis. No es vanidad ni egolatría: se trata de honradez. Si me siento incapacitado para las novelas fantásticas o para los crímenes victorianos es porque no puedo estar allí. Me remito a dar fe de la vida que me ha tocado, a contarla por todo lo dentro que pueda y para que los que lean todo esto sientan que hay algo de ellos y de su verdad escondido entre todas estas palabras.
“Hijas mías”, como diría el bueno de Lear, “espero que algún día lo entendáis.”

No hay comentarios :