20/8/09

Me he enganchado a Bob Esponja. Lo ponen ahora por las tardes en Clan Tv. Mis hijas botan en el sofá con sus ocurrencias y yo –reconozco- hago lo mismo por dentro. Puede ser que comparta con él esa mezcla de acidez, ternura y surrealismo que hace que me identifique. Una esponja que habla, joder, qué bueno. Cuando acaba el capítulo suena una musiquilla ratonera de estilo hawaiano y pienso que no hay una despedida más acertada para las aventuras de Bob. Tiene un amigo que es un cangrejo, un personaje patético y alucinado como él; me gustan los diálogos entre Bob y el cangrejo y creo que yo mismo los haya podido tener con algún amigo. Una esponja y un cangrejo hablando de problemas universales, qué deliciosa forma de introducir a los niños en las artes filosóficas. Sus encantadores dilemas son los de todos nosotros: esa es su fuerza. Mi hija pequeña se acuerda de Bob cuando por la noche entra en la bañera y otra esponja se encarga de quitarle la arena y la sal de la jornada. “Yo también me acuerdo de él, cariño”, me gustaría decirle.

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