18/7/09

Son las cinco de la tarde y hace menos calor que otros días, pero el motor de mi ventilador TechnoStar de color blanco sigue girando ajeno a este cambio. El estudio está en penumbra. Mi hija pequeña duerme, mi mujer también; sólo Alba, al otro lado de la casa, parece estar entretenida con algo, no sé si será la tele aunque desde aquí parece que no, no escucho nada.
Es sábado y julio comienza a decaer, su luz fogosa va convirtiéndose en la que recogerá agosto en sus manos y luego lanzará al cielo para que su color azul sea más intenso; dicen que Velázquez inventó esa luz en sus cuadros, puede ser. Quizá el pintor pasara muchos veranos en Madrid observando la luz en su casa, mientras sus hijas dormían y él pintaba la nariz de algún archiduque.
A las cinco de la tarde en verano no se puede hacer gran cosa. Yo tengo mi pequeño ventilador chino y voy tirando; además tiene dos velocidades y, aunque siempre le pongo en la "1", es importante saber que hay otra más fuerte, otra que valdría para luchar contra un coletazo agónico de julio que demostrara su rabia final antes de morir. Los chinos deben saberlo, por eso lo de las dos velocidades.
Justo delante del ventilador he colocado el bote de los lápices y si cierro los ojos y tomo aire muy despacio podría oler el perfume de la madera. ¿Qué esperan los lápices del verano? ¿Qué esperamos todos, metidos en nuestros botes, muy tiesos, con una dignidad que roza lo ridículo?
Me asomo a la ventana (como haría Velázquez) y miro hacia arriba: un rectángulo muy azul y más arriba supongo que nada.

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