19/7/09

Desconozco
el protocolo
de los barrios periféricos
y cómo en ellos
se desperezan
los elementos de mobiliario urbano
o cómo
esa chica llena de granos
pone en marcha la máquina
de café
de su establecimiento
que huele a antiguas frituras
de cuando el conflicto de Troya.

No sé
si es por el pánico
al pensar en manos distintas
(más o menos velludas)
accionando aerosoles
cuyos gases son aplicados en axilas
y vello púbico
imaginando las agonías enlatadas
que traerá el nuevo día
o en la literatura china
que hay en las etiquetas de los pijamas
o camisetas
de 90% de algodón
y un 10% misterioso
como final de novela mala.

Cuando arrancan
los motores de las motosierras
o comienza a funcionar
el mecanismo digital
de un paso a nivel
de alguna carretera
perdida
en la que sólo un hombre,
obsesionado por la pornografía,
espera con su furgoneta llena de
pan
a que el día llegue y pase
bufando.


Supongo
que sólo es el miedo
a despertarme
antes
y ser testigo de todo eso
y que el tiempo me obligue
a coger su pluma
e introducirla
en su fétido tintero
para que dé constancia
de tales cosas.

Sin duda prefiero esperar
y que otros lo hagan
por mí.

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