19/7/09

Me sigue sorprendiendo el hecho de escribir, sé que ya he hablado de eso aquí pero es que no logro encontrar respuestas que calmen mi curiosidad. Seguir escribiendo es lo único que me calma y quizá me acerque un poco a la solución. Sinceramente no lo creo, no creo que haya algo más que un camino, no creo que haya carteles luminosos que indiquen que he llegado a la ciudad soñada. Sólo son kilómetros y está bien así.
Escribir es muy parecido a respirar, algo que hago sin darme cuenta pero que me permite seguir viviendo; es una función fisiológica que he de atender con esmero para que el cuerpo siga obedeciendo. Qué curioso mecanismo, cómo se prolonga su pitido seco en la cabeza incluso cuando dejas de escribir y te fuerzas en meterte a presión en la vida para que los que te rodean no sospechen nada, ni tu autismo ni tu determinación de vivir escondido entre palabras. No recuerdo ahora quién dijo lo de que Dios te concede un don y a la vez un látigo: es cierto. Malditos dioses y malditos regalos, hubiera preferido una licuadora; ¿por qué no me la regalaste, oh, Señor?, hubiera hecho zumos en vez de ríos de palabras que en la práctica no van a ningún sitio.
Escribir, escribir, escribir; el camino está lleno de polvo y piedras y lagartijas muertas, pero, a pesar de todo, avanzo.

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