13/7/09

Desde que abandoné la realidad para subirme a esta nave de palabras tengo la sensación de que habito otra atmósfera, una que no mezcla de igual manera el oxígeno con el nitrógeno y que de esa forma produce un ambiente desconocido por mi cuerpo y desata ráfagas de frío que van directamente a las articulaciones de mis dedos. Intuyo que la atmósfera terrestre es caprichosa y que las mediciones científicas que estipulan la exacta proporción de gases sólo es creíble sobre el papel; cada cuerpo debe actuar en distinta manera con la atmósfera y así variar las proporciones, resultando en cada caso arbitrarias. Un cuerpo cansado quizá consuma más argón al respirar, o uno enamorado rebaje la proporción de dióxido de carbono necesaria. Lo cierto es que siento frío; incluso al respirar siento una condensación extraña en los pulmones. Quizá esté respirando el aire del pasado y eso haga que mi cuerpo se resienta. ¿Tendrá el aire del pasado las condiciones necesarias para la vida? ¿Estarán sus gases en buen uso y disposición para que una persona pueda caminar tranquila por sus páramos? Algo me dice que no. Deberé hacerme con una escafandra o una bombona de oxígeno para seguir sumergiéndome sin temor a encontrar la muerte; al menos que no sea el aire el que dé fin a mi aventura. Me siento como un argonauta triste en medio de mi travesía. Desconozco los mundos que pisaré o las bestias de tres cabezas que saldrán a mi paso. Pero también reconozco que la vida se tiene que parecer un poco a esto y no a lo que creía que era antes. Pasos inciertos y expectantes, frío en las manos, respiración agitada, ojos que no se pueden cerrar, asombro y miedo; todo junto funcionando a la vez para hacer posible la ilusión de vivir. ¿Era esto lo que vine a buscar entusiasmado? ¿Eran estas las lanzas que prometieron surcar el cielo hacia mí?

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