14/7/09

Convivir con muertos es algo extraño, no se parece en nada a esas películas de terror que lo pintan como algo macabro, muertos vivientes que acechan tras una puerta blandiendo motosierras o cuchillos y que hacen gritar de espanto a las madres que protegen a sus hijos en brazos mientras corren para resguardarse en algún lugar seguro. No es eso; la convivencia real con los muertos es más cotidiana porque acaban haciendo lo que hacen las personas que viven en esa casa: dan vueltas al café largo rato, buscan las galletas en el armario subidos a una silla o inspeccionan atentos el grifo de un lavabo asombrados de que ahora los diseñen así y no como en su tiempo. Al final los muertos se instalan en una casa como si fuera la suya propia y durante su estancia intentan rememorar sus antiguos placeres cotidianos. Vivir consiste en eso: abrir grifos, rascarse, buscar galletas, mirar por la ventana, encender un televisor, apagarlo, mirarse en el espejo; son esas las cosas que nos meten en la vida y nos ocupan el tiempo y los días; mientras realizamos todas esas acciones el tiempo avanza y lo hace despacio y deprisa a la vez, obligándonos a un ritmo al que nunca nos acabamos de acostumbrar. De ahí que nadie se ponga de acuerdo en si la vida es corta o larga, porque es ambas cosas y nadie es capaz de asegurar con pruebas ninguna de las dos teorías; y en su disquisición sigue avanzando implacable el tiempo con una mueca cómica en su rostro al vernos entregados a tales nimiedades. La única diferencia es que los muertos ya no están sujetos a ese ritmo y no les quita el sueño la idea de la extensión del tiempo, es algo que ya carece de interés para ellos.

No hay comentarios :