29/6/09

Otro lunes en el saco. Otro látigo que sale de la caja y restaña en el aire buscando piel de culpables con la que alimentarse. La ciudad sigue exactamente donde la dejé, sólo que tiene cara de cansada, como bolsas en los ojos que hablan de un fin de semana de mirar mucho por la ventana y no encontrar nada. Ahora en esta calle de Orellana suenan muchas cosas a la vez, parece una opereta moderna: el obrero rumano que taladra la acera, la moto del mensajero, el mercedes del cincuentón que fuma un puro y mira de reojo a la peluquera que toma el sol a la puerta de la peluquería, los coches, las voces, los pájaros, la intimidad excesivamente expresiva de este trozo de ciudad.
Yo y mi manía de contarlo todo, notario de todo lo que no se ocupan los notarios; lo escribo en mi documento oficial, le pongo un sello y lo mando lejos, muy lejos, allí donde las aves frivolizan con los periódicos viejos que zarandea el aire y quema este sol agudo de verano. Soy un fedatario amateur de la realidad; quisiera meterla en una botella y lanzarla al mar para que dentro de cientos de años alguien la abra y sepa cómo vivíamos las personas de ahora mismo, las que pierden sus pasos en este tablero de ajedrez, las que sudan, las que miran por la ventana y no encuentran nada, las que presionan sprays mientras se miran al espejo, las que toman prestados gestos de otros para apostar por la felicidad.
Otro lunes en el saco, le pongo la etiqueta y ya está.

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