26/6/09

Las cosas que rodean a las personas son extrañas; por ejemplo, freír un huevo, echar el interior de un huevo de gallina a una sartén con aceite caliente y esperar su transformación, el paso de líquido a sólido, sujetar quizá el mango de la sartén con una mano -distraídamente- mientras con la otra manipulamos una espumadera o tenedor o pala para que el aceite caliente salte sobre la yema y llegue a la zona interior y así se fría también. Los asuntos que rodean a las personas tienen una complejidad que muchas veces pasamos por alto. Lo cotidiano o la repetición casi automática de un acto a lo largo del tiempo hace que demos por hecho que todo es normal. ¿Qué hay de normal en atarse los cordones de un zapato o en subirse a una báscula para conocer nuestro peso? Milagros, podríamos decir extasiados o complacidos si nuestra fe fuera también extraordinaria o simplemente no tuviésemos reparo en mostrar esa inocencia que aún queda en alguna parte soterrada de nuestro interior, suceden milagros; los días no pasan uno detrás de otro porque sí. Hay corrientes invisibles de tiempo que se encargan de arrancar las hojas del calendario antes de que nos despertemos. Hay luces que se apagan y se encienden mientras dormimos; motores que siguen funcionando cuando nuestros párpados tiemblan de forma automática al entrar en el edificio del sueño.
Ahora el huevo está en el plato, esperando nuestra siguiente acción.

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