Antes de que mis ojos se cerraran y comenzara a perder consciencia del día que había transcurrido se tuvo que izar una bandera enigmática que me recordaba que debía escarbar en un punto señalado del mapa, uno preciso y aparentemente carente de valor. El proceso de la escritura sigue siendo un misterio y un capricho y un milagro que aparece y desaparece, que se embosca detrás de un montón de basura o que imita las formas triviales de los asuntos de nuestra vida y luego salta al cuello y muerde y no suelta.
Ahora me he despertado y llevo una marca de la batalla nocturna. Mi cabeza me ha dejado papelitos adhesivos por toda la casa para que no olvide que tengo que entrar en el túnel y volver a sentir el miedo blanco que tanto frío aloja en mis manos.
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