25/3/09

Quiero empezar otra novela. Lo decidí anoche mientras luchaba con mi cabeza para vencer los levantamientos de mis neuronas contra la voluntad de dormir. Seguro que en el horizonte de mi cerebro se veían destellos lejanos, restos de una batalla que ya estaba perdida, las últimas fuerzas insurrectas que mandan mensajes al sistema central para que siga funcionando y no se abandone al sueño. Entre esas luces divisé (o imaginé) la textura de una historia que estaba olvidada en un rincón, hacía tiempo que no llegaba a mí y esta vez lo hizo con más fuerza que nunca. ¿Quién o qué deciden de repente iluminar estas cosas? ¿De dónde viene la orden o el interés por señalar algo que ha permanecido escondido tanto tiempo?
Antes de que mis ojos se cerraran y comenzara a perder consciencia del día que había transcurrido se tuvo que izar una bandera enigmática que me recordaba que debía escarbar en un punto señalado del mapa, uno preciso y aparentemente carente de valor. El proceso de la escritura sigue siendo un misterio y un capricho y un milagro que aparece y desaparece, que se embosca detrás de un montón de basura o que imita las formas triviales de los asuntos de nuestra vida y luego salta al cuello y muerde y no suelta.
Ahora me he despertado y llevo una marca de la batalla nocturna. Mi cabeza me ha dejado papelitos adhesivos por toda la casa para que no olvide que tengo que entrar en el túnel y volver a sentir el miedo blanco que tanto frío aloja en mis manos.

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