26/3/09

Este jueves y el ruido de la máquina que levanta adoquines en una de las calles de la urbanización; también el reloj de la cocina, cuyo minutero se percibe desde donde escribo, dada la paz casi hermética de la casa a estas horas de la mañana. Este jueves, sus sonidos y sus sombras, es la vida, lo que está pasando, lo que supongo que dentro de años añoraré como una imagen esculpida por la nostalgia. Mientras escribo tomo un café con leche en una taza alta y blanca, a medida que doy más sorbos veo la marca de la espuma que se va quedando en las paredes interiores, esa espuma también es la vida que pasa, los restos que cuentan que por allí pasó la realidad con sus tambores y su fanfarria militar pero que desfiló rápido y sin mirar atrás. Los objetos que nos rodean atestiguan el paso del tiempo: el bote de champú que se va vaciando de día en día, los comprimidos de sacarina, las bolsas de basura, el filo de la maquinilla de afeitar que va perdiendo brillo y ganando pelos que enseguida forman una pasta reseca que se va alojando en la parte interior, el detergente, los paquetes de leche, las páginas del libro que leo y que avanzan hacia el final intentando recordarme que nada se para ni permanece quieto para una hipotética fotografía.
Ya casi no queda café en mi taza; acerco el oído a su interior y escucho el imperceptible estallido de las burbujas de espuma que revientan en sus paredes, al hacerlo crean un reguero que viaja hacia el fondo de la taza para unirse con los posos. El reloj de la cocina continúa martilleando segundos como el operario de allí fuera martillea adoquines: ambos saben que este jueves tiene un número ya contado de golpes y que, fuera de ellos, todo pertenece a mañana.

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