24/3/09

El otro día mi madre -cuando vino a mi casa a ayudarme a cuidar a mis hijas durante un día y medio en ausencia de mi mujer- se dejó olvidado su tubo de laca en el baño pequeño. Qué poco ha cambiado su diseño, lo recuerdo casi igual que hace más de treinta años cuando la veía ante el espejo de la puerta de su armario aplicándose el spray en el pelo después de peinarse; incluso a mí me echaba también un poco de laca cuando me peinaba (haciendo visera con su mano para que no me entrase en los ojos) y pretendía que mi flequillo permaneciera como tal aunque me pasara toda la tarde saltando o jugando al fútbol; y que mi remolino cediera y mostrara compostura y no salieran los pelos rebeldes apuntando al cielo. El diseño de la laca Elnett sigue siendo el mismo; me atrevería a asegurar que el dibujo de la señora no ha cambiado respecto al de los años setenta, igual que el fondo dorado y la tipografía clásica que continúa utilizando la marca. Imagino que la laca habrá ido cambiando de dueños y que ahora pertenecerá a un grupo multinacional que habrá evaluado las ventas y habrá estudiado la fidelidad de sus consumidoras durante todos estos años. Me da la impresión de que ahora las mujeres se ponen menos laca; creo que los peinados que se llevan son más naturales y no requieren de las cualidades de tal producto. Me gusta el olor de la laca, ese brillo en el aire que queda en la habitación suspendido durante unos instantes. Su olor me recuerda a que hay que salir de casa para ir al colegio o que vamos de visita a casa de los tíos o a ver a algún amigo de mis padres. Mi madre sigue fiel a la marca de laca que usaba hace más de tres décadas. Muchas veces la fidelidad de una persona se puede medir simplemente por las cosas pequeñas que decide transportar con ella a lo largo de su vida.

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