29/12/08

Se acaba el año, agua que cae por el sumidero, bendiciones caducadas que se mezclan con bolas de pelo y juntas se abandonan a la gravedad. Se acaba el año como se acaba el cacao soluble en el frasco del estante de la cocina a la espera de que vuelvas a llenarlo y así cerrar otro círculo. Mi año acaba con acordes menores que indican una tristeza tranquila que alberga puntos luminosos en la distancia; mi guitarra intuye esas esperanzas a lo lejos y las festeja con escalas pausadas que no intentan ser cebos de nada sino pequeños puentes por los que las buenas noticias puedan avanzar en fila india. Sí, se acaba, el agua sucia deja paso a la limpia, el comedero de los pájaros se vuelve a llenar, se abrillanta el sol con el trapo de las fiestas, los zapatos brillan en la oscuridad del armario y deseo que las premoniciones estudien bien sus mapas para que no haya tantos errores esta vez. Deberían existir zonas de descanso a lo largo de la autopista del tiempo, lugares en los que estirar las piernas y poder escuchar el sonido de nuestra respiración ajenos al tráfico de los grandes camiones que transportan conectores usb y colchones hinchables y margarinas enriquecidas y material deportivo defectuoso que busca un lugar donde pasar desapercibido. El año se acaba y con él sus mentiras y también los destellos que nos engañaron por un momento pensando que todo sería más fácil. Le oigo irse, retirarse, va pidiendo perdón o mascullando algo que no soy capaz de entender, quizá sólo sea ruido de agua turbia que cae cansada y sin mucha fe.

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