16/12/08

El otro día encontré algo que escribí este verano; lo cierto es que no sé si ya lo he publicado en este blog o no, de ser así pido disculpas aunque no creo que nadie se sienta indignado.

"Salió a la terraza y se encontró con el mar allí abajo, tan lento como una mosca recorriendo un resto de mermelada sobre una mesa de jardín pero con la dignidad de cien reyes con sus cien ejércitos formados en la orilla. Su vista, presa de la vanidad, quiso abarcarlo todo; jugó a ser dueña, pero a medida que las olas se erguían sobre el horizonte admitió su pequeñez y sus intenciones se fueron deshilachando con una mansedumbre de perro. Lo que le rodeaba se llamaba verano y tenía la misión de parar durante unos segundos el quejumbroso motor de la vida para que así, la sangre y los demás líquidos que gobiernan la existencia se remansen y creen paisajes interiores más propicios a la felicidad. En este trabajo intervienen también los sonidos acolchados de los visillos que sueñan ser estandartes y los tímidos crujidos de la madera del suelo que en otras estaciones sonarían a maquinaria pesada.
Sus dos manos se posaron en la barandilla a la vez. Era el comandante de una nave que no se movía, era todo lo que un hombre espera ser después de la siesta, tras el falso viaje que le ha devuelto a la realidad después de visitar vaporosas islas inventadas. Un hombre, un monarca fatuo, gobernador irrisorio del trozo de universo que contempla, de la porción de tierra que le ha sido otorgada, una miga de pan perdida en el tiempo, una coma minúscula dentro del gran libro, una pequeña parte de nada. El mar, desde su posición, se lo recordaba, pero en un gesto de hipotética humanidad le lanzaba su aliento fresco a la cara."

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