15/12/08

Este era el día. Lo sé por el frío y por las señales que me esperaban a la puerta de la tienda de loterías de la que ya han quitado el elefante de monedas porque los niños se congelan allí arriba mientras el bicho se bambolea y las madres taconean nerviosas con las manos dentro de las mangas de sus abrigos. Ahora no hay nada. Sólo la luz de leche helada sobre las aceras. Sólo la intuición de que este era el día, ese en el que el tiempo se detendría para decirme algo: quién es y qué quiere de mí, qué busca en esta carne que se está haciendo cuerpo con la acera y con la luz que flota como un gas de la risa bajo las farolas y se mezcla con el olor a piñas o chimeneas dulces que parece venir de otro mundo. Este era el día, estaba escrito, era hoy, lunes 15 de diciembre, el día a partir del cuál no haría falta esperar porque hoy el tiempo por fin se ha dejado ver y he contemplado su rostro vacío que me soplaba en la cara y me cortaba las manos muy despacio.

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