11/9/08

Si esto fuera una columna de opinión de un diario, posiblemente, la de hoy se titularía Elogio de la tormenta, y empezaría más o menos así: "El trueno es el único sonido que llega hasta el sótano del corazón, ese lugar en el que habitan los sucesos que hemos querido enterrar pero que la memoria prefiere guardar debajo de nuestra almohada. Si el pasado tuviese ejércitos, cosa que no dudo, sus tambores tendrían el sonido del trueno. Su función sería rasgar el aire por la mitad incluidas todas las aves, edificios y árboles que el meridiano de su corte estimara.
Caballeros, estamos ante un sonido noble, diría el viejo general victoriano reunido con sus oficiales en torno a la chimenea del salón de baile del palacio. Que la aurora de rosáceos dedos nos proteja del trueno, diría Ulises a sus hombres apostados en la proa de la embarcación. Que pare la tormenta, dije yo cuando tenía seis años y viajaba en el asiento de atrás del coche de mi madre, que pare la tormenta que casi rompe los cristales, mamá, que dejen para otro día el fin del mundo; porque el trueno había bajado a trompicones las escaleras del sótano de mi corazón, inaugurándolo".

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