7/9/08

Los gitanos con sus dedos negros manosean los tickets de plástico. Los niños se impacientan porque la sirena anuncia que el carrusel se va a poner en movimiento, pequeña peonza que alguien podría ver desde treinta mil pies si tuviera la curiosidad suficiente. El aire huele a chorizo frito y a cerveza rancia. Esto no es el paraíso pero se parece mucho. La luna, atontada por las luces que giran, asiste al espectáculo con su habitual condescendencia de astro menor. ¿Qué pensará al vernos aquí abajo con las manos llenas de monedas esperando a que todo vuelva a funcionar de nuevo? Mi hija me mira desde las sillas voladoras: tengo la obligación de sonreír.

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