9/9/08

Debería haber una disciplina universitaria especializada en el estudio de los cambios de luz. Las clases serían al aire libre y se podrían impartir en cualquier explanada. Durante el primer año sólo habría que tumbarse en el suelo y mirar: mirar nubes y comprobar sus movimientos; sería importante no perder mucho tiempo en buscar parecidos con objetos o animales, eso distraería del cometido principal. Más adelante, los alumnos comenzarían a asociar distintos tipos de luz con sus correspondientes estados de ánimo. Aquí ya es importante tomar notas en un pequeño cuaderno blanco. Superada esta fase, los alumnos estarían capacitados para catalogar las luces básicas del verano: la de las tardes en una cala desierta, la que envuelve a los puestos de helados, la de muy por la mañana desde la cama y la que antecede a la noche (la más difícil de distinguir).
El hecho físico de vivir va asociado a millones de luces diferentes; todas ellas nos acompañan e interpretan nuestros acontecimientos, elevándolos o bajándolos caprichosamente respecto al nivel de flotación de la felicidad.

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