8/9/08

Fue el verano pasado. No sé por qué me acuerdo ahora de todo esto, en realidad sólo es un detalle pero no puedo borrarlo. En un hotel de Lanzarote. Por la tarde. Yo estaba con mi hija mayor, Alba, en un show infantil para los niños del hotel. Un hombre con sus dos hijos. En el escenario el animador propuso un juego: cuando se parara la música, cada padre debía coger a sus hijos en brazos hasta que la canción volviese a sonar. El hombre parecía preocupado. Mucho más allá del simple juego. La música paró. El hombre intentó coger a cada hijo en un brazo. No pudo. Su intento persistió más allá de los aplausos. Los niños no entendían nada, miraban al padre intentando saber qué pasaba. Sentían dolor. Las manos de su padre agarraban con demasiada fuerza. Sus manos parecían querer demostrarles algo, contarles algo. Quizá que tras su separación no quería perderlos. Con su fuerza les decía que podía con ellos. Pero era un juego. Sólo un juego. Y era verano. Y estábamos en un hotel de Lanzarote.

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