15/7/15

Siempre pasa lo mismo cuando os vais. La casa entera juega a no es culpa mía, no me mires, mientras yo hago espeleología barata por los rincones en busca de restos que me lleven a vuestra civilización. Ayer encontré en la alfombra un secador pequeño de plástico rosa que juraría que pertenece a una muñeca con el pelo hasta los pies. Con la pieza en la mano volví al cuarto de Mireia y lo dejé sobre su mesa, ridículamente preocupado por determinar en qué posición, como si el mango apuntando a la ventana acelerase vuestra vuelta. Los fantasmas hacen estas cosas. Se arrastran en silencio para poner orden mientras respiran con una solemnidad anticuada. Soy el mayordomo incorpóreo de un mundo prestado. Estos días de verano habito un tiempo irreconocible y a la fuerza propio. Que suceda cada año no le quita extrañamiento. La casa sin vosotras. La casa sin mujeres. Un inmueble que podría ser una gasolinera en el desierto conmigo dentro, prestando atención al viento y a las chicharras, sabiendo que será otro día de poco trabajo y mucha observación. Pero también mi vida es esto, los trozos de cuando no estáis, los ventiladores quietos, la tele apagada y los techos de todas las habitaciones compitiendo por ver cuál de ellos será el best seller 2015 de esta ausencia.

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